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Capítulo 133. Un hombre no debe llorar

—¡Están vivos, señor Benedict! —Los gritos de uno de los guardias rompe el doloroso silencio de lo que antes era un salón de fiestas, pero que ahora solo son los restos de un campo de batalla—. ¡El señor Egil y la señora siguen vivos!

Benedict se levanta inmediatamente y, a pesar del dolor que siente por sus heridas sangrantes, camina paso a paso hasta la posición que indica el hombre.

Verifica los signos vitales, primero de su hermano, luego de Adelaide.

—Consigue a unos hombres que nos ayuden a trasladarlos al hospital —ordena Benedict al hombre, también herido, pero no de consideración, quien va rápidamente en busca de ayuda.

Benedict aparta el cuerpo de Egil de Adelaide y lo coloca en forma recta a la espera de que haya alguien que lo pueda ayudar con sus heridas. Mientras siga vivo hay esperanzas y luchará por ello.

Luego toma el cuerpo de Adelaide y lo trae a su regazo. A pesar de lo débil que se siente, la aprieta contra su pecho y besa su frente varias veces.

Un sollozo suave
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