Capítulo cuatro. ¡Eres cruel y egoísta!

«Discúlpame con tu madre, no tengo estómago para quedarme y ver cómo finges inocencia»

«Si tienes un poco de dignidad, espero que no te presentes al Ayuntamiento y solo entonces creeré en ti»

«Espero que no te presentes al Ayuntamiento»

Las palabras de Hasan se repitieron como un mantra en la cabeza de Sienna, la joven no tenía ningún interés en casarse con él y si esta era su oportunidad para escapar, ella no iba a dudarlo. No le importaba el concepto que el árabe podía tener de ella, eso era irrelevante para Sienna, pero si podía limpiar su imagen, aunque fuera un poco, tampoco iba a desaprovecharlo, ¿A quién le daban pan que llore?

—¿Dónde está Hasan?

La voz de Fiona sacó a Sienna de sus pensamientos.

—Se ha marchado ­—dijo casi sin interés.

—¿Se ha marchado? —preguntó como si Sienna no hubiese sido clara.

—Sí.

—¿Cómo pudo marcharse? ¿Qué fue lo que le hiciste o dijiste para que se fuera de esa manera? —preguntó acusándola en el proceso.

—¿Por qué piensas que tuve que decirle o hacerle algo? —rebatió Sienna.

—Porque te conozco, hija, y sé que este matrimonio no es algo que deseas…

—Me alegro de que lo sepas, pero me entristece que no te importe lo que yo desee, mamá —pronunció la joven con enojo.

—No volveremos a discutir por lo mismo, Sienna, tu boda con Hasan Rafiq se llevará a cabo en dos días. ¡No quiero volver a escuchar ni una sola palabra más de negación de tu parte! —exclamó Fiona cogiendo su bolso sobre la silla y emprendiendo el camino a la salida de aquel lujoso restaurante, donde ni siquiera había podido probar un solo bocado por culpa de su rebelde hija.

Entre tanto, Sienna se quedó sentada dentro del restaurante.

—¿Algo de beber? —preguntó la mesera acercándose a ella.

—Un whisky doble —pidió.

La joven la miró detenidamente, como si quisiera decirle algo, pero decidió cumplir con la orden.

Sienna cerró los ojos y dejó que las lágrimas corrieran libres por sus mejillas, estaba perdida y condenada a vivir una vida sin amor, lo peor fue ver en los ojos de Hasan el rencor y no la pasión que la había seducido la noche anterior.

—Aquí tiene, señorita —dijo la mesera.

Sienna asintió y agradeció, se limpió las mejillas y miró el líquido ámbar en su vaso. El alcohol no iba a solucionarle la vida.

«Las penas no van a marcharse, así te bebas todo el licor del mundo, Sienna»

Las palabras de su padre sonaron en su conciencia, sin embargo, Sienna estaba muy molesta por la situación en la que Steven la había dejado sumergida, que hizo caso omiso y bebió el contenido de un solo golpe y a esa copa le vinieron unas cuantas más.

—Ya ha bebido demasiado, señorita —dijo la misma mesera.

—¿Cuánto es demasiado para olvidar? —preguntó Sienna con la lengua medio enredada.

—Llamaré un taxi —avisó ella.

Sienna no refutó.

—La cuenta por favor —pidió.

—El señor Hasan…

—Voy a pagar por lo que he bebido, ¡el señor Hasan puede meterse su dinero por donde no le dé la luz del sol! —gritó elevando la voz, sin saber que uno de los hombres de Hasan la cuidaba desde lejos.

El Emir no iba a arriesgarse a perderla de vista, después de todo, Sienna no era más que una mujer de cascos ligeros…

—La señorita Mackenzie ha sido escoltada hasta la puerta de su casa, señor —informó Assim con cierto recelo.

—Guárdate lo que tengas para decir —expresó Hasan adivinando que su consejero estaba ansioso y deseoso por meter la lengua donde no le correspondía.

—Sé muy bien el lugar que ocupo, señor —expresó el hombre.

Hasan no le dedicó ni una sola mirada, pero asintió, caminó hasta el bar y se sirvió un brandy.

—Arregla todo lo necesario para la boda en el Ayuntamiento de Manhattan.

—¿Espera que no asista? —se atrevió a preguntar Assim.

—Espero por su bien que no lo haga —aseguró.

Assim asintió y no se atrevió a preguntar nada más, con una ligera reverencia, abandonó la habitación para ocuparse del encargo del Emir.

Entre tanto, Hasan se dejó caer sin ceremonia sobre el lujoso sillón de piel, cerró los ojos y sus pensamientos fueron como un rayo, recordando la noche apasionada que había pasado con Sienna. Hasan suprimió sus pensamientos con la misma rapidez con la que llegaron, no necesitaba pensar en Sienna de ninguna manera, si quería salir victorioso de aquel encuentro, debía olvidarse de sus ardientes besos y de su cuerpo junto al suyo.

Mientras tanto, Sienna hizo caso omiso a los gritos de su madre, caminó como pudo hasta su habitación y le cerró la puerta en las narices a Fiona.

—¡No puedes ser tan irresponsable, Sienna! ¡Eres cruel y egoísta! —gritó Fiona golpeando la puerta con enojo.

—No quiero hablar contigo, madre, ¡vete! —gritó Sienna desde el interior de la habitación.

—¡Estás siendo irresponsable!

—¡Déjame ser lo que yo quiera! —refutó ella, encogiéndose sobre el piso, haciéndose una pequeña y desastrosa pelota humana.

Golpes y más gritos llegaron por parte de Fiona.

—Déjame —susurró mientras gruesas lágrimas corrieron por sus mejillas y bañaron su bello rostro—, déjame…

Sienna no supo cuánto tiempo pasó hecha una bolita de carne sobre el piso, ni en qué momento sus lágrimas se detuvieron y el frío se adueñó de su cuerpo.

—¿Por qué papá? ¿Por qué me has condenado a vivir sin amor? ¿Por qué tú? —sollozó de manera lastimera.

Nuevos golpes a la puerta captaron su atención al mismo tiempo que el dolor de cabeza la incordiaba.

—Quiero estar sola —susurró en tono tan bajo, que dudaba que alguien fuera capaz de escucharla y lo confirmó cuando tres nuevos golpes taladraron su cabeza.

—¡Abre la puerta, Sienna! —la voz de Scarlett le provocó escalofríos a la joven, al mismo tiempo que se ponía de pie con cierta dificultad mientras se preguntaba: ¿A qué venía Scarlett? ¿La ayudaría o también le pediría que cumpliera con el contrato y se casara con el árabe?

—¡Date prisa, Sienna! Llegó algo para ti —dijo Scarlett quedando con la mano al aire cuando Sienna abrió la puerta.

—¿Qué llegó? —preguntó mirando el rostro joven de su hermana.

Scarlett se encogió de hombros.

—No tengo la menor idea, es una caja cuadrada, como esas que envían de las casas de novias —dijo la chica.

Sienna tragó saliva al escucharla y salió con prisa de su habitación para bajar a la sala donde su madre aguardaba y custodiaba la caja con rostro pétreo.

—Te lo envió Hasan —dijo.

Sienna miró a Scarlett.

—Ella lo sabe, Sienna, sabe que su futuro depende únicamente de ti. Eres la mujer que puede hacer su vida feliz o miserable —soltó Fiona sin compasión.

—Sienna…

—Se te hace tarde para ir al colegio —le interrumpió Fiona antes de que pudiera decir una sola palabra más.

Scarlett asintió, cogió su mochila y salió de casa.

—Hasan espera que no me presente al Ayuntamiento, quizá sea una buena cosa, mamá. Puedo…

—¿No has comprendido nada, Sienna? ¡Se supone que eres la más inteligente de las tres! —rugió Fiona.

—Comprender, ¿qué? —cuestionó la joven ante la necedad de su madre para casarla.

—Si no llegas al Ayuntamiento, mañana antes de las diez de la mañana, será mejor que te despidas de la empresa y de esta casa.

Sienna miró a su madre como si le hubiesen salido dos cabezas.

—¿Qué?

—Tu padre fue claro en el testamento y con el contrato de matrimonio que firmó con Hasan Rafiq, si uno de los dos incumple el acuerdo, deberá renunciar a todo, ¡y no puedes darte ese jodido privilegio, Sienna! Si no te casas, no solo estaremos arruinados, ¡estaremos en la m*****a calle y sin un centavo en los bolsillos!

Sienna sintió como si su madre le hubiese dado un puñetazo en la boca del estómago, pues todo el aire salió expulsado de sus pulmones ante tal revelación.

¿En qué estaba pensando su padre para hacer tal locura?

¿Su enfermedad habría tenido que ver con su decisión?

Sienna tenía muchas preguntas, un sinfín de cuestionamientos que nadie podía responder ahora, pues su padre ya no estaba y su madre no podía darle ninguna buena explicación ni, aunque pudiera hacerlo.

—Rafiq se quedará con todo lo que nos pertenece si no te presentas a la boda —dijo—, piénsalo y decide lo que harás. Lo que tú crees que es mejor para ti ­—añadió.

Sienna se sentó junto a la bonita caja, la miró como si se tratara de un alacrán que en cualquier momento iba a saltarle y darle un aguijonazo, envenenándola y matándola al instante. Sin embargo, eso era demasiado bueno para ser cierto, ella no iba a morir y tampoco podría eludir el destino que le había tocado.

Al día siguiente, Sienna se paró frente al espejo.

—¿Un vestido rojo? —preguntó Scarlett entrando a la habitación.

Sienna se giró para ver a su hermana.

—Supongo que es la tradición de su país —susurró en respuesta.

—¿Y todo esto es oro? —cuestionó Scarlett entre asombrada y confundida.

Siena no tenía idea, pero el vestido sobre la cama no le llamaba la atención en lo más mínimo. Además, ella no iba a casarse bajo la voluntad de Hasan, ella no sería una esposa dócil, le haría la vida imposible para que fuera el mismísimo Emir quien le solicitara el divorcio y de esa manera romper el trato y recuperar su empresa.

La joven había estado pensando en eso toda la noche y esa había sido su brillante idea.

—Saca el vestido dorado de mi closet —le ordenó a la joven.

—Pero, Sienna…

—Voy a casarme, pero lo haré con el vestido que yo quiera y no como él lo ordena —aseguró.

Scarlett se apresuró a obedecer al tiempo que Fiona hacía acto de presencia.

Mientras tanto, en el Ayuntamiento de Manhattan, Hasan esperaba que Sienna fuera una mujer digna y le demostrara que no tenía ninguna artimaña oculta bajo la manga; sin embargo, sus deseos se fueron al diablo, cuando Sienna entró y se presentó en el Ayuntamiento, acompañada de su madre y hermana ¡Y con un vestido distinto al que él le había enviado!

¡Sienna lo estaba desafiando abiertamente! ¡Era una declaración abierta de guerra!

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