2| Acepto.

— ¡Esta mujer es mi esposa! — ante tal confesión, 

La rubia se soltó con fuerza del agarre de Emiliano y salió corriendo. 

Sus tacones resonaron por el suelo de mármol, sobre la alacena del corredor había dejado su abrigo.

Se cubrió con él y salió corriendo, pero Emiliano no podía dejarla ir.

Utilizó la fuerza de voluntad y la adrenalina que le había dado el encuentro para correr tras la bailarina, el corazón le latió con fuerza, el dolor en el pecho fue como un apuñalada.

¡La había encontrado nuevamente¡ ¡después de tantos años de haber pedido su rastro! 

Mientras corría, le dolía con fuerza el corazón.

Salió al corredor de su edificio y cuando las puertas del ascensor comenzaron a cerrarse, corrió tras ella, pero no logró llegar a tiempo. 

— ¡Sara! — gritó a las puertas cerradas del elevador, pero no la dejaría escapar, no esa vez. 

Salió corriendo a toda velocidad por las escaleras, eran ocho pisos. Saltaba de a dos a tres escalones, cuando llegó al primer piso, cansado y sudoroso, observó como Sara desaparecía por la entrada del edificio a toda velocidad. 

Emiliano corrió, como si se le fuera el alma. 

La mujer corrió hacia su auto, era un carro bajito y rojo destartalado. 

Mientras trataba de abrir la puerta las llaves se le cayeron al suelo, parecía asustada y nerviosa, pero Emiliano aprovechó el descuido para llegar con ella, la tomó nuevamente por la muñeca y la encaró.

— Ocho años, ¿Y lo primero que haces cuando me ves es salir corriendo? 

— Déjame, Emiliano, ¡suéltame! No quiero hablar contigo — La voz de la mujer temblaba, parecía que le dolía la situación tanto como a él.

— No me importa si quieres o no quieres hablar conmigo. no puedes aparecer después de tantos años y huir, no puedes aparecer de esta forma después de tanto tiempo y dejarme así —Sara lo encaró.

— Ya déjame, Emiliano. Déjame ir — pero él negó con vehemencia. 

— Claro que no, me vas a decir aquí y ahora por  qué me abandonaste. Me vas a decir aquí y ahora dónde has estado estos ocho años y no voy a dejarte ir hasta que lo hagas —la puerta del auto se abrió. 

Emiliano vio una pequeña mancha marrón salir corriendo del coche y golpear su pierna.

—¡Mala gente, suelta a mi mami!

Él agarró al pequeño por el cuello de su camiseta y lo puso en pie de un tirón, sólo para darse cuenta de que era un niño pequeño con grandes ojos grises como los suyos.

—¡Tú!

Sara se agachó, tomó al niño que había salido del auto y con delicadeza lo introdujo de nuevo en la parte trasera. 

Él se inclinó y miró por la ventana, en la parte trasera del roído auto estaba el niño junto con la niña bella de su misma edad y  una dolecente, era la hermana de Sara. El niño le apuntó con el dedo a Emiliano, lloraba.

— Mami, ¿Quién es este hombre?

—Es malo — comentó ella. El niño le tapó los ojos a su hermana para que no mirara.

Emiliano trató de hablar, pero la voz se le estranguló en la garganta. 

— ¿Es?... — intentó preguntar, pero fue interrumpido por la voz de la adolecente.

—Sara, ¿qué está pasando?

—Maneja, ¡nos vamos de aquí ahora mismo!

La mujer intentó subir al asiento, pero Emiliano la alcanzó y la tomó con fuerza por el brazo. 

—Sara, ¡dímelo! 

— Por supuesto que no son suyos, no seas idiota —le dijo ella soltándose con fuerza del agarre del hombre y metiéndose dentro del auto. 

Cuando Emiliano logró regresar a la realidad, fue demasiado tarde… Emiliano se quedó ahí de pie, dolido del alma, verla nuevamente había removido sentimientos que no creía que aún existieran en su ser, la amaba como el primer día, cuando dijo que sí en su boda.

Cuando regresó a su departamento, todos sus amigos lo estaban esperando. 

— Se acabó la fiesta. Quiero que se larguen todos — dijo. Ninguno preguntó, cada uno tomó sus cosas y se despidió del hombre dándole un corto abrazo como despedida de soltero. 

Se fueron todos menos Samuel. 

— ¿Ahora sí me vas a explicar qué es lo que pasó? ¿Cómo que esa bailarina es tu esposa? — le preguntó sentándose junto a él en el mueble. Emiliano tenía la mirada baja — ¿te refieres a que esa Sara es tú Sara? — Emiliano asintió. 

— Es ella, es ella. No puedo creer que sea ella.

—  ¿Lograste hablar con ella? 

— No, no lo logré porque cuando ella estaba llegando a su auto un niño salió de ahí — su amigo abrió los ojos. 

— ¿Es tuyo? 

— ¡Yo qué voy a saber! No le pregunté, me quedé tan paralizado que ella aprovechó y salió corriendo. Huyó. 

— ¿Dejó a su hijo en su auto? preguntó su amigo como reproche, pero Emiliano se encogió de hombros. 

— Con él estaba su hermana… con ellos. Bueno, creo que era su hermana, la última vez que la vi era una niñita. No entiendo qué es lo que está pasando, no entiendo por qué regresó justo ahora a mi vida cuando yo pensé que ya la había superado, ahora que la vi creo que no.

— A ver, a ver. Me dijiste que era tu esposa, ¿nunca se divorciaron? — Emiliano negó con vehemencia. 

— ¿Cómo me iba a divorciar de ella? Estábamos bien y una mañana no amaneció a mi lado y desapareció sin una nota, sin un aviso. Simplemente se esfumó. Sabía que no estaba muerta porque su familia me lo dijo, ellos me dijeron que ella ya no quería verme. Nunca me divorcié.

— ¿Y si nunca te divorciaste de Sara cómo te vas a casar mañana? — Emiliano se encogió de hombros.

— Ya sabes cómo es mi papá, tiene mucho poder e influencias, simplemente  anuló mi compromiso con Sara, o no sé, no me importa, ahora no tengo cabeza para eso… ese niño... 

— ¿Crees que sea tu hijo?

— ¡Eran dos! No, no lo sé. Ella me dijo que no, pero no hubo tiempo de preguntar más. ¿dónde me dijiste que la contrataste? — Samuel se buscó en el pantalón hasta que encontró en su bolsillo una tarjeta que le mostró, en el lugar estaba el teléfono y la dirección.

— Bien, amigo, veo que quieres estar solo. Si no te quieres casar yo te apoyo, llego por ti. Si quieres grito: “yo me opongo” —  bromeó, pero Emiliano no se rio — nos vemos mañana temprano en la iglesia entonces — Emiliano asintió.

— Nos vemos mañana en la iglesia.

La noche que pasó fue horrible. No durmió en toda la noche. Sostuvo con fuerza la tarjeta de la empresa donde trabajaba Sara y la leyó tantas veces que memorizó hasta el último número.

Cuando llegó la mañana se organizó, se duchó, se vistió y se preparó. 

Era el presidente de una de las empresas de moda más importantes de América, tenía que estar presentable, así que un poco más entrada la mañana llegó un equipo para prepararlo.

Le maquillaron las ojeras, lo peinaron y apenas salía del edificio cuando un tumulto de fotógrafos lo alcanzó. 

Su esquema de seguridad los apartó y él subió a la parte trasera de su auto, llegó a la iglesia, caminó hacia el altar y se quedó ahí de pie. 

Fue incapaz de darle la cara a su padre, ni a sus hermanas, ni a ningún invitado. 

Únicamente se quedó ahí de pie en el altar observando al juez. Era una boda civil, él no había querido casarse por la iglesia, por la iglesia se había casado con Sara y él pensaba que aquello era para toda la vida. 

Imaginó  que a su prometida podría haberle importado el no casarse por la iglesia con él, pero Lara era una mujer sumisa y silenciosa, aceptó la orden de Emiliano sin rechistar. 

La marcha nupcial comenzó a sonar, cuando Emiliano levantó la mirada observó a la pelirroja caminar hacia él acompañada de su padre. 

Con ese matrimonio se cerraría un gran negocio para Casa Monter, así que fue una orden implícita de su padre, si no se casaba con la hija de aquel hombre, ambas empresas no podían hacer negocios, era un convenio como en la antigüedad.

 La mujer que se paró frente a él en el altar era atractiva, de grandes ojos verdes como una Esmeralda con el cabello cobrizo oscuro, ella sí lo quería, los meses en los que estuvieron saliendo Emiliano entendió que ella sí lo quería y se sintió como un monstruo al estar ahí haciendo eso, pero era claro para ella también que aquello no era más que un negocio, ella debería entenderlo.

Se dio inicio a la ceremonia y Emiliano permaneció con la cabeza agacha todo el tiempo, no podía quitarse de la cabeza a Sara, de su cabello rubio, sus ojos grandes… de esos niños en el auto.

— ¿Aceptas a Lara Smith como tu legítima esposa, para amarla y respetarla, en la salud y la enfermedad, hasta que la muerte los separe? — le preguntó el juez. Emiliano levantó la cabeza hacia los ojos verdosos de la mujer y pudo sentir la firme mirada de su padre en la espalda. abrió la boca para contestar, pero luego la cerró, todos en la iglesia se percataron de la vacilación. 

en el pecho de Emiliano se formó un claro sentimiento, uno de rabia, estaba seguro que esos niños eran suyos, ¿por qué Sara los había negado? ¿Por qué le mentía de esa forma? pero no la dejaría ir, no dejaría que lo apartara de sus hijos, no lo permitiría, aunque la odiara por eso, debía tenerla cerca, le cerraría todas las posibilidades, la obligaría a decirle la verdad y la haría sufrir como ella lo había hecho sufrir todos esos años… pero la boda. 

Levantó la mirada hacia los ojos verdes de la novia, debía hacerlo, si no, Casa Monter se disolvería y él debía proteger el legado que le dejó su abuelo, así que cuando habló, la voz le tembló de impotencia: 

— Acepto.

La fiesta que hicieron fue muy pequeña, tan pequeña que únicamente estaban las trillizas hermanas de Emiliano con su padre, el padre de Lara y unos 20 o 25 invitados.

Durante todo el tiempo, Emiliano permaneció separado de su esposa, no quería mirarla a la cara, no quería pensar que tendría que pasar años con ella mientras la duda de lo que había sucedido con Sara le carcomía las entrañas, así que cuando llegó la madrugada, tomó la mano de su esposa y la sacó de la fiesta.

— Creo que tenemos que irnos — le comentó. La muchacha asintió, se veía nerviosa y feliz. Emiliano la llevó a casa, le indicó dónde quedaba la habitación y luego dio vuelta para irse.

— ¿Te vas? — le preguntó ella y él la sintió.

— Tengo que hacer algo, volveré en un par de horas — la mujer no pudo ocultar la tristeza en su rostro, pero no le dijo nada más. 

Emiliano no podía sobrevivir un segundo más sin desatar todo el rencor que tenía por Sara. Se subió a su auto, en el que habían llegado y le indicó a su chofer la dirección del lugar donde trabajaba Sara, cuando llegó. se paró frente a la recepcionista y la miró con fiereza. 

— Sara Fansheri,  ¿dónde está? — la mujer lo miró con los ojos abiertos. 

— Lo siento, pero no puedo dar la información de nuestras empleadas.

— Oh, me la va a dar. Mi nombre es Emiliano Monter, CEO de Casa Monter y me va a decir dónde encuentro a mi esposa o este lugar va a pagar las consecuencias.

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