Lumina InnovaciónOficina del CEO, piso 27Izan saludó a Juana Reyes y, de paso, se llevó los informes de proyectos que ella tenía. Luego tocó la puerta de la oficina del CEO.—Adelante —se escuchó una voz fría desde el interior.Izan entró y vio al hombre inclinado sobre un documento. Aunque Izan había entrado, el hombre tras el escritorio ni siquiera alzó la vista.—Señor Arciniega, estos son los reportes del mes pasado. El director Tuffin, del departamento de Finanzas, dice que el área de Relaciones Públicas sobrepasó el presupuesto y necesita su aprobación —explicó Izan con rapidez, entregándole los documentos a Belisario.Belisario frunció ligeramente el ceño y empezó a golpear la superficie del escritorio con los dedos.—No es necesario informarme de estas trivialidades. Que lo resuelvan ellos mismos. Mientras sea algo dentro de lo manejable, no tienen que reportármelo. —Echó una ojeada a los papeles y se los devolvió a Izan—. No los contraté para que me traigan problemas.—Enten
Cayetano entrecerró los ojos al escuchar la voz cautelosa de Izan.—¿Qué pasa? ¿Beli volvió a ponerte en un aprieto?—Ja, ja… —Izan soltó un par de risitas nerviosas—. Su asistente es un genio de la informática, por eso…—Llama tú mismo a su número —Cayetano cortó la comunicación sin más explicaciones.Izan, escuchando el tono muerto, se sintió al borde de las lágrimas. Sin embargo, no tuvo otra opción que marcar el número del asistente de Cayetano, Marco Eliot:—Tienes media hora para investigar a una mujer. El señor Arciniega la quiere.Treinta minutos después, Izan consiguió la información sobre Eulalia y casi se le saltaron las lágrimas de agradecimiento.—Hermano, ¡me salvaste la vida!Marco bufó del otro lado de la línea:—¿El señor Arciniega se fijó en esa mujer? Eulalia no viene de ningún entorno extraordinario, pero sus acciones son bastante crueles. Me cuesta imaginar a Belisario interesado en alguien como ella —comentó, curioso, arriesgando una pregunta de más.—¡Qué va! Nad
Adelina logró zafarse de Stella y, tras salir de la oficina, se frotó las sienes con gesto cansado. Estos días había estado esforzándose por mantenerse firme, pero hoy, al ver a Nicanor y a Francisco juntos en la sala de reuniones, no pudo evitar sentirse dolida.Hacía un año que Francisco incluso la había invitado a cenar en privado y, de forma indirecta, le había expresado el deseo de que ella y Nicanor se casaran. Jamás imaginó que todo terminaría de esta manera.—Directora Mendívil, lo llama el jefe —anunció la secretaria de Francisco por teléfono. Adelina se quedó atónita un instante, pero respondió al fin:—De acuerdo, iré de inmediato.Arregló algunos papeles y se dirigió a la oficina del jefe. Tocó la puerta y escuchó la voz de Francisco invitándola a pasar. Al abrir, lo encontró sentado en el sofá, leyendo un periódico de finanzas. Al verla entrar, él la saludó con un ademán:—Adelina, ¡al fin llegaste!—Jefe —replicó ella, con la actitud contenida de quien prefiere mantener d
Apenas escuchó eso, Francisco cambió de semblante. Sus ojos se pusieron duros, fulminando a Adelina. Pero ella se mantuvo erguida, sin dejarse intimidar. Por muy molesto que estuviera, Francisco no podía reprocharle abiertamente a Adelina. Se limitó a reír forzadamente:—Ay, niña, ¿tanto tiempo sin ver a tu abuelo y no lo extrañas?Adelina frunció levemente el ceño. Dentro de la familia Mendívil, la única persona por la cual sentía un verdadero cariño era su abuelo, Valentín. Sin embargo, el motivo de la prisa de Francisco era evidente: quería que Adelina hablara bien de Nicanor y Eulalia ante Valentín, y así, tal vez, lograr que él aprobara su matrimonio.«¡Vaya que se saben mover!», pensó Adelina con amargura. «Son ellos quienes hicieron mal las cosas y ahora quieren presionarme para que los ayude.»Al ver que Adelina no contestaba, Francisco insistió:—En unos días será el cumpleaños de don Valentín. Adelina, por más errores que hayan cometido Nicanor y Eulalia, la familia Mendívil
Adelina se dirigió a Reliquias del Tiempo. Su abuelo Valentín no tenía otros pasatiempos más allá de la colección de antigüedades; en su casa abundaban pinturas, caligrafías y piezas de época. Se decía incluso que, siendo joven, Valentín había trabajado como tasador de arte, aunque luego abandonó ese oficio para dedicarse a la empresa familiar.Al entrar, un empleado se le acercó de inmediato:—Señorita, ¿está buscando algo en particular?Adelina, en realidad, no tenía ningún conocimiento profundo sobre antigüedades. Simplemente quería encontrar un buen regalo para su abuelo, el único miembro de la familia Mendívil que la trataba con afecto. Además, no deseaba entristecerlo con sus problemas.—Prefiero ver un poco por mi cuenta —respondió, quitándose de encima al vendedor, y se puso a deambular por la tienda, examinando objetos sin saber muy bien qué buscaba.En ese momento escuchó voces desde la entrada:—Señor Arciniega, llegaron hace unos días unas piezas medievales. Siguiendo sus i
Adelina asintió:—Exacto. No sé nada de estos temas y, por mucho que mire, no sabría distinguir un buen objeto de uno falso. Ya que usted entiende un poco del tema, ¿sería muy complicado ayudarme?—Será un placer —afirmó Belisario con una sutil sonrisa, entrecerrando los ojos—. ¿Tiene alguna preferencia? ¿Pinturas, tallas, porcelana?—Quizá algún cuadro o una pieza de caligrafía. Mi abuelo Valentín escribe de maravilla, y sus pasatiempos son bastante parecidos a los de mi abuelo Teodoro —explicó ella, pensando que eso tal vez le daría a Belisario una pista.Él asintió, pensativo.—Izan.Enseguida, Izan apareció, cuidando de no mirar a Adelina.—Señor, dígame.—Pide al señor Guillermo que traiga esa colección de antigüedades. —La voz de Belisario era firme y serena.—Esto… —Izan miró a Belisario con desconcierto y luego no pudo evitar voltear hacia Adelina. Ella, al notarlo, le sonrió amablemente.El ceño de Belisario se frunció ligeramente, casi imperceptible, lo cual hizo que Izan se
En la mirada de Belisario centelleó un ligero destello. Había visto perfectamente la expresión de Adelina, esa chispa de entusiasmo en su rostro que luego ella había negado con palabras opuestas.—Muy bien, entonces… ¿qué tal un cuadro de Peter Paul? O quizá esta pluma de pelo fino…Belisario le mostró varias piezas a Adelina, quien, después de examinar cada una, se decidió por la pluma de caligrafía. Su abuelo Valentín adoraba pintar y, además, dominaba la caligrafía con maestría. Una pluma sería el obsequio más adecuado, y aparentemente no sería tan costosa como otras piezas.Aunque Adelina era directora en Corporación Novaterra, seguía siendo bastante joven. Tiempo atrás, tuvo que invertir un buen ahorro cuando decidió irse a vivir sola. Y, ahora que su situación con Nicanor se había vuelto tan caótica, eso la reafirmaba en su idea de que no podía depender de nadie más: si alguien le fallaba, al menos contaría con sus propios recursos.Belisario captó sin problemas esos pequeños cál
Apenas salió de Reliquias del Tiempo, Adelina se dio cuenta de que todo había sucedido demasiado rápido. ¿No había ido ella a comprar un regalo? ¿Cómo terminó invitando a Belisario a comer… y sin tener aún su presente en mano?—¿En qué piensas? —preguntó él al notar que Adelina venía distraída detrás de él, y se detuvo en seco.Ella, que iba tan concentrada, casi se choca contra su espalda.—¡Ay! —murmuró, algo avergonzada—. Estaba pensando a dónde quieres ir a comer.Belisario entrecerró los ojos, en los que se dibujó una ligera sonrisa burlona.—Si tú eres la anfitriona, lo lógico es que elijas tú el lugar.Adelina vaciló un instante:—De acuerdo… siempre que no te incomode.Después de todo, Belisario pertenecía a una familia adinerada y, seguramente, estaba acostumbrado a restaurantes de lujo. Ella, en cambio, era de costumbres mucho más modestas. Pese a llevar el apellido Mendívil, nunca había gozado de los mismos privilegios que su hermana; desde pequeña, se había acostumbrado a v