Los tacones de Gabriella resonaron suavemente contra el reluciente pasillo del hospital, la luz del sol de la tarde dibujando reflejos dorados en el suelo. Las enfermeras pasaban a su lado, los pacientes eran trasladados en sillas de ruedas, un suave murmullo llenaba el aire, pero Gabriella no oía nada. Todavía le zumbaban los oídos con la risa de Juan de su llamada anterior.
Primer paso dado, Maestro.
Repitió esa frase una y otra vez.
Esto era lo que había querido.
Este era el plan.
Esto era venganza.
Pero en el momento en que abrió la puerta de la suite privada de Rafael, todo… se detuvo.
Estaba dormido.
No como el poderoso CEO que arrasaba en los mercados y se sentaba en las salas de juntas como un rey.
No como el hombre cuyo apellido había jurado destruir.
Parecía humano.
Su cabello le caía ligeramente sobre la frente, su respiración era superficial pero constante, y todo su rostro parecía más joven. Más suave. Casi vulnerable, como un chico que se había quedado despierto hasta mu