~ Narra Alistair ~
No reaccionó.
En mi pecho había un peso que no era solo físico: la sorpresa se arremolinaba en mis ojos y un mar de preguntas me atravesaba la cabeza —¿por qué? ¿por qué lo había hecho? ¿por qué había tomado la bala por mí?—, pero ninguna palabra encontraba salida. Estaba en trance, aferrado a ella, mientras el mundo a nuestro alrededor se desmoronaba en gritos y metal.
La iglesia, que apenas instantes antes parecía inmóvil, se llenó de alaridos y del crujir de las balas. Sin pensarlo, la recogí en brazos y la aparté del peligro. Mis hombres se encargaron de los atacantes; los neutralizaron con precisión. —Captúrenlos, pero no los maten —ordené sin levantar la vista—. Yo mismo me ocuparé de que paguen por esto. Todos asintieron con la cabeza, rígidos, respetando la línea fina entre venganza y espectáculo.
Salimos envueltos por una lluvia de disparos. Nos escoltaron hasta el auto blindado; Juan se sentó al volante y arrancó como si cada segundo fuera un obstáculo me