La esposa acusada del CEO
La esposa acusada del CEO
Por: Bella Hayes
Capítulo 1 Herencia de traición.

Ava Miller tenía las manos esposadas a la mesa de la sala de interrogatorio de la estación de policía local cuando de nuevo, un dolor atravesó su vientre de ocho meses de embarazada.

Gritó sin intentar controlarse, llevaba horas en esa situación sin que nadie apareciera.   Se levantó intentando aliviar un poco la presión que sentía en su zona íntima. Estaba desesperada pensando que su bebé saldría en cualquier momento y caería al piso sin que ella pudiera hacer nada. 

Trató de ponerse en cuclillas para facilitar el parto y que la bebé que estaba por nacer no se golpeara al salir, pero las cadenas de sus esposas eran cortas y no le permitieron tomar esa posición.

Los policías que la arrestaron la dejaron sola y esposada en esa sala de interrogatorios cuándo ella se negó a responder sus preguntas sin la presencia de su abogado.

Antes de que se marcharan, Ava les pidió ir al baño, sin saber que debido a la impresión de su arresto su parto se había adelantado. Los policías ignoraron su petición y simplemente cerraron la puerta dejándola sola con su necesidad.

Al principio había llorado y suplicado que la dejaran ir al baño hasta que no pudo más y se orinó encima. La vergüenza la hizo apoyar la cabeza en la mesa y llorar con desesperación. Poco después sintió la primera contracción y se levantó con rapidez.

―Por favor, ayúdenme, creo que me acabo de poner de parto ―pidió al espejo que tenía frente a sí, estaba segura de sus captores se encontraban del otro lado mirándola y disfrutando de su castigo.

Por que estaba segura de que era un castigo, a pesar de que ella no era la responsable de la caída del edificio que su compañía estaba construyendo.

―¡Por Dios! Samuel, ¿dónde estás? ―susurró llamando a su esposo.

No había tenido noticias de su esposo desde el día anterior cuando el edificio colapsó matando a varias trabajadores e hiriendo a más de una docena ellos.

―Quédate en casa, Ava, yo me ocuparé de todo, y no te preocupes si no llego a dormir es probable que deba dar declaraciones y esas cosas ―le dijo Samuel cuando ella lo llamó por teléfono.

Fue la última vez que escuchó su voz. Nunca se imaginó cuando se despidió de él en la mañana que su mundo se vendría abajo.

Casi no había pegado un ojo la noche anterior. En la mañana estaba en la cocina de la casa observando las noticias del derrumbe acompañada de Emma, su ama de llaves cuando el capataz de la obra declaró que los materiales usados en la obra eran de mala calidad.

―Eso no es cierto ―murmuró para sí misma.

―Por supuesto que no es cierto, Ava, ese hombre quizás está implicado y quiere echarles la culpa ―aseguró Emma, el ama de llaves que llevaba con la familia desde que su madre estaba viva.

―El señor Martínez ha trabajado toda su vida en la empresa...

La empresa había pertenecido a su padre hasta hace unos meses cuando falleció de forma repentina e inesperada Su abuelo había sido el fundador de la compañía que con el paso del tiempo se transformó en un gigante de la construcción. Sus trabajos eran de calidad y su reputación intachable.

Y ella la había heredado al morir su papá.

Aunque su esposo, había estado a cargo desde que su padre partió de este mundo, ella había sido parte activa hasta cinco meses atrás cuando un riesgo de aborto la obligó a tomar un largo reposo médico.

.―No puedo seguir así, Emma, voy a la empresa para saber que está sucediendo ―anunció Ava a pesar de sus ocho meses de embarazo.

En ese momento, el timbre de la puerta sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Emma se dirigió hacia la puerta seguida por Ava. La joven embarazada estaba intrigada porque no esperaban a nadie y los guardaespaldas no dejarían pasar a ninguna persona sin antes avisarles.

Cuando Emma abrió la puerta, Ava se encontró con dos oficiales de policía

―¿Señora Ava Miller? ―Preguntó el primer oficial con una mirada de desprecio.

―Sí, soy yo ―respondió Ava con el corazón en un puño. El pánico se apoderó de ella al pensar que algo malo le había ocurrido a Samuel.

―Está detenida con el cargo de fraude relacionado con el derrumbe de la construcción de su compañía...

―¿Qué? ―preguntó ella sin entenderlo lo que pasaba ―. Esto debe ser un error.

―Tiene el derecho a permanecer en silencio, todo lo que diga puede y será utilizado en su contra en un tribunal de justicia ―continuó hablando el policía ignorando sus palabras mientras su compañero dio un paso adelante con unas esposas en la mano.

Por instinto, Ava dio un paso hacia atrás y el policía la sujetó por la mano.

―No tuve nada que ver con el derrumbe... no sé qué está pasando

― No tenemos tiempo para sus excusas. Salga de la casa y coopere, o usaremos la fuerza si es necesario  ―declaró el segundo oficial impaciente.

Ava, temiendo por su seguridad y la de su bebé, retrocedió un paso más negándose a salir de su casa. Por suerte el policía soltó su agarre.

―¡No! No iré con ustedes hasta que hable con mi abogado. Tengo derecho a una representación adecuada.

―Llamaré de inmediato al abogado, Ava ―dijo el ama de llaves ―y ustedes no se atrevan a lastimarla, tiene ocho meses de embarazo y si le ponen un dedo encima los denunciaré.

―Usted no se meta, señora o nos la llevaremos detenida por obstruir a la justicia.

Ava levantó la mano hacia el ama de llaves, no quería que Emma se metiera en problemas por su culpa.

―Mire, señora Miller, le estamos dando una oportunidad de cooperar. Si sigue resistiéndose, usaremos la fuerza para llevarla a la comisaría, ¿entiende? ―replicó el primer oficial con evidente frustración.

Ava tragó saliva, pero se mantuvo firme en su decisión.

―Llamaré a mi abogado y cooperaré, pero no voy a permitir que me maltraten por algo que no he hecho.

―Puede llamarlo desde la comisaría, si se niega a cooperar nos encargaremos de sacarla de aquí sin importar su estado.

Los ojos de Ava se llenaron de lágrimas y la desesperación se apoderó de ella, no sabía qué hacer. Necesitaba a Samuel, toda la vida había sido protegida y mimada, primero por sus abuelos y padres y por último por su esposo.

Conocía a Samuel de toda la vida, su padre había sido su padrino y cuando le hablaron de casarse le pareció un sueño hecho realidad porque lo había amado desde la adolescencia.

―Por favor, no me vayan a esposar, iré con ustedes voluntariamente ―pidió con voz derrotada.

―Son las normas, señora, sin embargo, considerando su condición la esposaré con sus manos por delante y la ayudaré a llegar a la patrulla para evitar una caída ―informó el segundo oficial.

Su jefe les había ordenado que la trajeran sin contemplaciones y eso harían por culpa de esa mujer varias familias habían perdido a sus padres, entre esas la de la hermana del capitán de la policía.

Un nuevo dolor trajo a Ava al presente, sabía que no podía esperar más.

―¡Ayuda! ―gritó llorando desesperada ―el bebé está por salir, tengo que pujar.

Afuera los dos oficiales de policía que la habían arrestado la miraron sin compasión alguna.

―¿Crees que debemos llamar a una ambulancia? ―preguntó uno de los agentes al otro.

―No, que sufra un poco más, escuché los gritos de los obreros atrapados debajo de los escombros y como también gritaban por ayuda, todo por culpa de la ambición de esa m*****a mujer.

La puerta de la sala se abrió una joven policía entró a la sala.

―El abogado de la señora Miller ya llego ―anunció antes de contemplar con horror lo que sucedía en el interior de la sala de interrogación ―. ¿Qué demonios está pasando aquí? ¿Se han vuelto locos?

Corrió hasta la sala de interrogatorio para socorrer a Ava, como el lugar era insonorizado los gritos de la embarazada no podían ser escuchados por lo demás hasta que la joven oficial abrió la puerta.

―Que alguien llame a una ambulancia ―gritó con fuerza.

La sala se llenó de oficiales de policía, algunos de ellos verdaderamente indignados por lo que vieron. Con rapidez la oficial quitó las esposas de las manos de Ava y esta sin fuerzas se dejó caer al piso.

―Yo tengo formación médica ―dijo uno de los oficiales que había entrado a la sala de interrogatorios para saber que sucedía ―. Necesito el botiquín de primero auxilios, también frazadas calientes, agua limpia, y algún cuchillo. El resto de ustedes fuera de aquí.

Entre las personas entraron en la sala atraído por los gritos de Ava estaba Jonathan Harris el joven abogado que la firma Jones y Smith había enviado a la comisaría para informar a Ava de su nueva situación.

―Necesito a mi esposo, Samuel, no puedo hacerlo sola ―lloró Ava desde el piso.

―Ava, soy Ginny y me quedaré a tu lado todo el tiempo, debes esforzarte para que tu bebé pueda nacer ―La joven oficial que la auxilió la sostuvo de la mano con compasión no era el momento de decirle que había sido su esposo el que la acusó de la compra de materiales de baja calidad.

Harris salió de la sala y fue directo a donde estaba el jefe de la policía.

―Si mi cliente pierde su bebé o su vida, lo denunciaré y me aseguraré de que pague con cárcel el haber negado ayuda médica a una mujer embarazada ―amenazó el abogado.

―Se le está dando atención médica, de seguro se puso de parto de repente y los oficiales no se dieron cuenta, hay mujeres que paren muy rápido ―justificó el jefe, pero Harris pudo ver el odio reflejado en sus ojos.

Cuando la ambulancia llegó, el oficial de policía que estaba atendiendo el parto de Ava se hizo a un lado para que los paramédicos se ocuparan del parto.

―Puje, señora Miller ―dijo el paramédico después de revisarla.

A pesar del dolor que amenazaba con partirla en dos, Ava pujó con todas sus fuerzas mientras las lágrimas de miedo y desesperación corrían por sus mejillas. Sintió un alivio al sentir a la bebé salir de su cuerpo. Sin embargo, el alivio duró poco ante el silencio brutal que reinaba en la sala.

―¿Por qué no llora mi hija? ―gritaba Ava, una y otra vez levantada sobre sus codos.

De repente un llanto de bebé llenó la sala haciendo respirar de alivio a todos los presentes. Ava se dejó caer al duro suelo llorando, estaba tan feliz de que su hija hubiese reaccionado.

―¿Me dejan verla? ―preguntó Ava a la joven oficial que se había mantenido a su lado.

Ginny giró su cabeza para ver como el paramédico salía con la bebé en brazos.

―Se la están llevando al hospital, pronto podrás verla ―respondió la policía.

―La trasladaremos en cuanto expulse la placenta, señora ―dijo el paramédico.

Unos minutos más tarde Ava fue subida a la camilla.

―Debe ir esposada ―dijo el oficial de la policía que la detuvo.

Ava se estremeció de solo pensar en que la esposaran de nuevo.

―No puedo esposarla, señor ―respondió el paramédico. ―Tiene la piel de las muñecas en carne viva del tiempo que estuvo de parto esposada a esa mesa.

―Póngale las esposas en el tobillo, pero debe ir esposada.

Con rabia el paramédico tomó las esposas y ató un solo tobillo de Ava que lloraba en la camilla.

Cuando llegó al hospital pidió ver a su bebé, pero no se lo permitieron. Ava nunca se imaginó que sería condenada a prisión y que nunca vería a su hija.

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