El Rey Lucien estaba sentado en la sala interior, leyendo el libro favorito de Melia. Había perdido la cuenta de cuántas veces había leído ese libro a lo largo de los años. Había memorizado casi todas las palabras.
Llamaron a la puerta. De forma suave. Vacilante.
“Vete”. Pasó la página, con las cejas fruncidas por la concentración.
Transcurrieron largos minutos y se olvidó de que habían llamado a la puerta, leyendo más páginas del libro de cuentos.
Volvieron a llamar a la puerta, igual que la primera vez.
“Vete. No lo volveré a decirlo”. Gruñó, pasando a una nueva página.
El sonido de la puerta abriéndose obligó al rey a levantar la cabeza. Cerró el libro y se levantó de la silla.
Con pasos firmes, salió de la sala interior justo a tiempo para ver el salvaje cabello castaño de Remeta cuando se asomó a la habitación. Unos ojos muy abiertos se encontraron con los suyos y mantuvieron la mirada.
Al ver de quién se trataba, no volvió a decir una palabra. No quería nada más