—¿Por qué no te mueves? ¡Vámonos!
Al verlo sin moverse, ella le pellizcó la oreja y le dio un jalón.
A Lorenzo jamás en su vida una mujer le había jalado la oreja, así que su apuesto rostro se ensombreció de inmediato y le contestó un poco enojado:
—¡Pórtate bien o te saco de aquí a patadas!
—Vale.
Celeste retiró la mano de inmediato y obedeció, pero después de unos segundos, su voz tímida volvió a sonar:
—Pues, vámonos…
Lorenzo se esforzó por reprimir las ganas de tirarla al suelo y la cargó por toda la habitación. Desde la cama hasta el balcón, y de vuelta a la cama... En la tranquila habitación, solo se escuchaban los pasos suaves y pausados del hombre. Ella pesaba mucho, su pequeño cuerpo suave y delicado permanecía quieto sobre su espalda, sin hacer ni un solo ruido.
Después de un rato, pensando que se había quedado dormida, Lorenzo ya estaba a punto de bajarla en la cama y de repente escuchó la voz suave que le decía:
—¿Ya llegamos?
—¡No!
Ella guardó silencio por unos segundos y