—Dana, te conozco mejor. Estás mintiendo —gruñó él tomando el brazo de ella para acercarla a su firme pecho pero ella se liberó observándolo con ojos ardientes—. Tú me amas, lo sé.
Dana soltó una risa suave y si él lo hubiera entendido mejor, dolida.
—Te pude amar, pero la traición es algo que nunca podré olvidar. Querías a tu madre y no lo discuto, sin embargo, podía haber otra manera. Podías confiar en mí pero tomaste el camino de hacerme sufrir, es obvio que para ti fue más fácil. Ya no siento nada por ti —mintió descaradamente—. Tuviste razón Kian, te encargaste de que nunca me olvidara de ti. Pero no fue porque quisiera recordarte, sino porque no tenía opción.
Finalizó haciendo referencia a lo más importante que ellos compartían, sus cachorros.
Kian jamás había sentido que algo le hubiera dolido tan profundamente como las palabras de Dana.
Ella creyó ver el dolor en su mirada pero no podía confiar en un hombre que “supuestamente la amaba” y había elegido hacerla sufrir. Incluso au