Tanteé mi labio inferior que estaba algo hinchado.
—¿Dónde está Rousse? —indagó Sarita algo preocupada mientras ponía las manos en su cintura—, ¿la dejaste sola?
—¿Qué más podría hacer? —solté a bocajarro—, ¿crees que me quedaría a darle masajes en la espalda después de la golpiza que me dio?
—Tampoco exageres —espetó—. De cierta forma te los merecías por pendejo.
Sarita corrió hacia el segundo piso y a los minutos bajó cambiada con un jean oscuro y una camiseta blanca, se amarraba su cabello rizado en un moño y tenía puestas unas sandalias oscuras. Se dirigió hasta la mesa grande de la sala y tomó las llaves del carro de Carlos.
—¿A dónde vas? —preguntó él.
—¿A dón