Era como estar sola en un mundo desconocido, guindando de un precipicio a punto de morir, como si fuera el fin de mi existencia: eso era mi ataque de pánico.
Llevaba tres horas tratando de calmarme en un rinconcito de la habitación hecha bolita y meciéndome mientras tenía las manos con las uñas incrustadas en mi cráneo. Mis ojos ardían por la hinchazón de tanto llorar.
¿Era viernes o domingo? No podía ni siquiera procesar aquella pregunta.
Lo único que estaba anclado en mi mente era que iba a morir, que había llegado el fin de mis días. Lily Rousse iba a morir: no había vuelta atrás.
Sacudía la cabeza con miedo: no era cierto, yo estaba bien. Era un ataque de pánico. No iba a morir… ¿o sí?
Sentí sangre caliente en mi paladar y me di cuenta de que estaba mordiendo tanto mi labio inferior que comenza