Esa tarde, cuando me llamaron de todas las formas posibles, me hizo dar cuenta que me estaba relacionando tanto con un grupo social que me arrastró a tener más problemas de los que en mi estado podría soportar.
La ansiedad golpeó mi pecho cuando vi mis manos bañadas en sangre y las personas rodearme para tratar de ayudarme.
—¡Sé que fuiste tú la que le dijo que me lo quitara!, ¡maldita zorra, no te vas a salir con la tuya, éstas me las vas a pagar, ya verás! —Me gritó aquella mujer—, ¡eres una cualquiera!, ¡me las vas a pagar, maldita!
Dentro de mí contaba mentalmente hasta llegar a trescientos: era la única forma para no terminar gritando y temblando por no poder controlar aquella situación.
Todos me hacían preguntas, me tocaban el rostro y me dieron una compresa fría que me durmió media cara.
Al