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Capítulo 27: Cara de babuino

Ariane

sale de sus brazos y corre hacia mi habitación. Busco entre la ropa en el armario y encuentro lo que busco.

Un mono que me queda como un guante, que resalta mis enormes pechos así como mi bonito trasero.

¡Soy magnífica! Si fuera un hombre, también me enamoraría de esta hermosa dama que está frente a mí. Le doy un beso al espejo.

- Espejo, espejo hermoso, dime quién es la más bella.

- ¡Eres tú, mi reina! Me respondo a mí misma.

- Gracias, hermoso espejo, solo dices lo que ya sé, pero gracias de todos modos.

Salgo de la habitación, con pasos de conquistadora. Encuentro a todos en la oficina, luego caminamos hacia el gimnasio.

- Diosa de la belleza, eres magnífica. Me dice Auracio.

- Ya lo sé, gracias de todos modos.

Philippe interviene:

- Es la primera vez que veo a alguien tan engreído.

- ¿Qué quieres? ¿Que simplemente diga gracias?

- Sí, hubiera estado mejor.

- Lo siento, cariño, pero no es un hecho nuevo, sé que soy hermosa, muy hermosa, y me gusta que me lo digan, escucharlo es música para mis oídos.

No seas celoso, que solo me digan a mí que soy hermosa.

Con tu cara de babuino, ¿quién te va a hacer un cumplido? ¿O quieres que te mientan?

- Auracio, habla con tu puta, no me gusta que me falten al respeto.

- ¿Por qué le pides a Auracio que intervenga? ¿Tienes miedo de mí? ¿Qué crees? ¿Que al llamarme puta, me dolerá? Pero me importa un carajo, ¿sabes por qué? Porque tu palabra no tiene importancia para mí, al igual que tu pequeña persona.

- Basta ya, ustedes dos, cariño, ¿con quién vas a empezar la pelea?

- Con Philippe, ven, mi babuino, ven que te aplasto los huevos.

- Maldita sea, Auracio, le voy a dar su merecido a esta cabeza de chorlito.

- Acércate, mi perro, ven a ver a tu amo.

Hago todo lo posible para hacerlo enojar, así será más fácil derribarlo.

Subimos al ring.

Veo sus ojos llenos de ira.

- Pónganse guantes para no hacerse demasiado daño.

- Creo que no es necesario.

- Philippe, ponte un guante, es una orden.

- No te preocupes por mí, Auracio, él puede no ponérselos.

Comenzamos la pelea, veo que intenta sorprenderme.

Es rápido, recibo un puñetazo

en las costillas, me doblo por el dolor, él aprovecha y se lanza sobre mí.

Y ahí, aprovecho y me lanzo a su cuello,

hago su cara con su cabeza rodeada por mis brazos, aprieto muy fuerte su cuello presionando su carótida, él se debate como un demonio, luego sus fuerzas comienzan a abandonarlo, hasta que cae al suelo desmayado.

Luego lo suelto:

- Entonces, ¿quién es la mejor?

- Cariño, eres tú la mejor, nunca imaginé que pudieras ser tan temible. Eres un arma viviente.

Me besa con avidez.

- Maldita sea, eres genial.

- ¿A quién le toca? Pregunto.

- Lo siento, jefa, pero, paso mi turno, dice Marco. Visto cómo luchas, haré todo para no contradecirte.

- Yo también paso mi turno, dice Fernando, eres genial como mujer.

Felicitaciones y bienvenida a la familia.

- Muchas gracias, eso me llega al corazón.

Marianne interviene:

- Te dije que es genial.

- Tenías razón, dice Marco. Tu amiga es maravillosa.

- Ven, Marianne, vamos a charlar un poco

lejos de estos rústicos.

- Eh... ¿me olvidas o qué? pregunta Auracio.

- No, tú y yo no podemos estar todo el tiempo juntos.

- ¿Por qué no?

- Porque debes tener algo más importante que hacer.

- Pero no hay nada más importante que tú, mi bella.

- Qué halagador puedes ser, cariño.

Me sonrojo al decir esto.

Se detiene en su impulso y se vuelve hacia mí,

- Repite lo que acabas de decir.

- ¿Qué? ¿De qué hablas?

- De cómo me llamaste.

Estoy incómoda. Él toma mi rostro y presiona sus labios contra los míos, no tienes que tener vergüenza de llamarme así, me encanta que me llames bebé. Por favor, repítelo.

- Bebé.

- Otra vez.

- Mi bebé.

- Hmm, mira todo el efecto que me hace.

Se pega a mí, su anaconda bien dura toca mi vientre, me froto contra él

para sentirlo aún más.

- Me vuelves loco, ¿te das cuenta

del efecto que tienes en mí?

- Debo ir a lavarme, antes de la cena.

- Vamos, voy a ayudarte.

- Sé muy bien a dónde quieres llegar, así que no, no necesito tu ayuda.

- ¿Cómo puedes ser tan mala?

Me duele el corazón, lo dice de manera teatral, poniendo la mano sobre su corazón.

- Estoy segura de que te recuperarás.

- Qué mala puedes ser.

Agarro a Marianne y nos vamos a mi habitación. Me desnudo y entro a la ducha.

Después de mi ducha, encuentro a Marianne que está buscando en mi armario.

- ¿Puedo saber qué buscas?

- ¿Qué crees? Estoy buscando algo con qué vestirme. Tu querido te ha comprado muchos trajes muy lujosos, así que me voy a servir como se debe...

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