Harry
— Qué suerte tengo esta noche… Dos mujeres magníficas a mi lado. Qué honor me hacen.
Les extiende a cada una de nosotras un ramo de flores recién recogidas, aún perladas de gotas de agua.
— Para mis bellas damas.
Sonrío. Mi hermana, en cambio, se sonroja un poco. Reconozco bien su encanto discreto.
— Nosotras somos las afortunadas, le respondo sonriendo. Tener en nuestra mesa al soltero más codiciado de la ciudad… ¿Qué más podríamos pedir?
Llegamos frente a un restaurante elegante donde los camareros, casi demasiado entusiastas, se apresuran a abrirnos las puertas. El lugar es suntuoso: manteles inmaculados, vajilla de porcelana, un aroma a trufas flota en el aire. Harry pide los platos más refinados del menú: langosta en costra de almendra, risotto a la trufa negra, vino añejo. Ni siquiera mira los precios.
Todo es exquisito.
Después de la comida, nos dejamos tentar por helados artesanales, con sabores delicados. Yo elijo pistacho, mi hermana vainilla bourbon. Harry, por su par