El tiempo pasó sin piedad. Los murmullos del personal del hospital se mezclaban con el sonido constante de los equipos médicos. Alex permanecía en **cuidados intensivos**, su cuerpo una máquina de respiración y bombeo, pero su mente, una incógnita. El personal de enfermería cambiaba sus vendajes, controlaba sus signos vitales, lo giraba para evitar úlceras por presión. Lo hacían con profesionalismo, pero la rutina había borrado cualquier rastro de la urgencia inicial. Ahora era un caso más en la interminable fila de pacientes críticos.
Laura, por su parte, se había transformado. Sus ojos, antes brillantes, ahora estaban permanentemente enrojecidos. Su cuerpo, antes lleno de energía, se movía con una lentitud agotada. Había perdido peso y su piel estaba pálida. El mundo exterior se había desdibujado, y solo existía la habitación de Alex, las paredes blancas, el suave zumbido de los monitores y la figura inmóvil en la cama.
Una mañana, mientras miraba el amanecer por la ventana, Laura t