Marta y Carlos, los incondicionales asistentes de Laura y Alex, se habían convertido en presencias constantes en el hospital. Traían café, comida, y sobre todo, una dosis de esa humanidad que el ambiente clínico a menudo ahogaba. Sus rostros reflejaban una mezcla de tristeza y una determinación silenciosa de apoyar a Laura.
"¿Comiste algo, Lau?", preguntó Marta una tarde, mientras colocaba una bolsa de frutas sobre la mesa. Su voz era suave, casi un murmullo, para no perturbar la quietud de la habitación. Laura apenas asintió, sus ojos fijos en Alex.
"Poco", respondió con un hilo de voz. "No tengo mucho apetito."
Carlos se sentó a su lado, colocando una mano reconfortante en su hombro. "Tienes que cuidarte, Laura. Alex te necesita fuerte. Y nosotros también." Él, a diferencia de Marta, solía ser más pragático, buscando siempre una manera de mantener la esperanza anclada en algo tangible.
"Lo sé, Carlos", dijo Laura, girando la cabeza para mirarlos. "Pero es tan difícil. Cada día es ig