Me desperté en la cama, sin recordar como llegué a este lugar, pero podría apostar que Frederick tuvo mucho que ver.
Mi cuerpo recordaba cada sensación, cada toque, cada movimiento. Era como si lo tuviera grabado a fuego lento en el cerebro.
La cama estaba vacía y fría, indicándome que él no había dormido a mi lado, y si lo hizo, se fue hace mucho.
Me levanté, notando que llevaba un simple camisón verde, semejante al color de mis ojos.
Miré la mesita de noche, notando los frascos de pastillas y las indicaciones de cómo debían ser ingeridas. Arrugué el papel hasta convertirlo en una bola y arrojarla al suelo.
—¡No me tomaré esos malditos medicamentos! —exclamé.
Necesitaba encontrar los resultados originales de la biopsia, me negaba a creer que estaba sufriendo esa enfermedad.
Y esta podría ser mi oportunidad.
Tal y como estaba, salí de la habitación, caminé con paso seguro al pasillo y me detuve frente a la puerta principal del ala restringida.
Si daba un paso afuera, estaría i