Parte 8...
Enzo
Cuando llegué al lugar donde me dijo Manollo, pronto vi a los dos hijos de puta que se habían atrevido a meterse conmigo. Los dos resultaron heridos y una ligera lluvia comenzó a caer, añadiendo un toque de dramatismo a la escena. Salí del auto y fui hacia ellos.
Ambos habían sido torturados. Vi que a la criada le temblaban las manos. Le sangraban los dedos y le faltaban las uñas. El jardinero apenas podía abrir los ojos.
El viento susurraba oscuros secretos, mientras las gotas de lluvia caían suavemente sobre el suelo fangoso y sobre nosotros. Ambos lloraron. La mujer lo hizo aún más y pidió perdón.
— Pensé que ya habías terminado los dos a la vez — miré a Manollo a mi lado.
— Iba a hacer eso, pero pensé que tal vez quisieras terminarlo.
Asentí, apretando mis labios con ira.
— La traición es un pecado grave – mi voz era pesada y fría — Estabas dentro de mi casa, comiendo mi comida, respirando mi aire… Y sin embargo, decidiste traicionar la confianza que te di.
Los dos