Capítulo 3
Acababa de tumbarme cuando, de repente, alguien me agarró por detrás, asustándome tanto que intenté liberarme instintivamente, sin embargo, me estrechaba cada vez aún más fuerte: era Diego.

Su aliento cargado de alcohol mezclado con el perfume de Ana.

—Valeria, ¿por qué te fuiste de tu propia fiesta? —me dijo por señas—. Mañana vamos a ver nuestra nueva casa, donde nos mudaremos después de la boda.

Dicho esto, se acercó a mí para besarme, pero lo esquivé:

—Decide tú, yo no quiero ir.

Sorprendido al verme tan fría, preguntó en lenguaje de signos:

—Valeria, ¿ya no quieres casarte conmigo?

De no haber escuchado sus planes de mantenerme discapacitada, quizás me hubiera ablandado gracias a sus métodos de manipulación. Pero en este momento, solo deseaba gritarle:

—¡Sí, no me casaré contigo!

«Eres tú quien me engañó, disfrutaste de cualquier tipo de placeres con tu amante, dejándome decepcionada con nuestro matrimonio. ¿Con qué derecho me interrogas?»

Pero no podía revelar mis ideas, pues con su poder en la Ciudad Evita, no podría escapar de ahí.

Bajo su mirada, respondí con señas:

—No, es que me duelen las piernas. Pero mañana vayamos juntos.

La nueva casa se encontraba junto al Parque Central y había sido diseñada por un diseñador francés.

Todos los bordes de las paredes tenían curvaturas para evitar que me golpeara, mientras que los muebles eran más bajos de lo normal para que me resultara más fácil utilizarlos en mi silla de ruedas.

Diego lo había planeado todo para mi comodidad como inválida, deseando que me mantuviese a sí para siempre.

El diseñador explicaba cada detalle mientras Diego me traducía con señas.

—Amor, ¿te gusta? —preguntó mientras acariciaba mi hombro.

Recorrí la habitación con la mirada. Era exactamente la casa que tanto había soñado años atrás, con ventanales gigantes para ver los tulipanes del jardín.

Diego se había acordado de todos esos detalles y los había hecho realidad para mí.

No obstante, había olvidado que, sin su amor, ninguna casa tendría sentido por más perfecta que fuera.

—Valeria, reservé esta pared para nuestras fotos navideñas. Cada año tomaremos una aquí, hasta que seamos ancianos.

Le miré a los ojos y vi su mirada llena de ternura. Casi quise preguntarle por qué me había engañado, pero me mordí la lengua.

—¿Me amarás para siempre?

—Claro que sí —me contestó él, sin dudarlo—. Eres con quien decidí pasar el resto de mis días.

Volteé la cabeza, sin querer enfrentarme a él. Seguía mintiéndome, incluso después de romper todos sus juramentos.

De repente, una llamada interrumpió su confesión. Respondió al teléfono sonriendo y con lujuria en la mirada:

—No seas ansiosa, conejita. Ahora voy a «atenderte».

Dicho esto, colgó y se excusó:

—Es una emergencia de la empresa. Si quieres cambiar algo en la casa, díselo al diseñador.

Pesando que no le oía, acababa de coquetear con Ana delante de mí. ¡Qué hipócrita!

Cuando el diseñador me preguntó si tenía alguna opinión, le contesté que no, antes de pedirle al chofer que me llevara de regreso.

No podía esperar a que los tulipanes florecieran en el jardín porque yo no estaría el día de la boda, mi lugar lo ocuparía el cadáver.

No viviría en esta casa en el futuro, así que no era asunto mío velar por la decoración.
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