Al notar que no estaba comiendo, Diego me preguntó a través de señas:
—Valeria, ¿por qué no comes?
—¿De qué hablaban? Parecían tan animados —pregunté, forzando una sonrisa, mientras contemplaba su falsa preocupación.
—De nuestra historia de amor —respondió y me acarició la cabeza—. Todos en la mesa están conmovidos.
Luego, me tomó la mano y me besó el dorso.
A los invitados les pareció irónico esta acción, mientras que a mí me rompía el corazón. Aquel hombre narraba cómo engañarme en mi propia casa, pero me decía que compartía nuestra historia romántica.
Viendo lo hábil que era mintiendo, supuse que ya me había engañado muchas veces.
—Estoy cansada. Me voy.
Necesitaba salir cuanto antes de este lugar asqueroso y de esas personas que se estaban riendo de mí.
Ignorando a Diego, me fui y envié mensaje al chofer.
El auto se detuvo en la Avenida Central. Al alzar la vista, las pantallas gigantes de dos centros comerciales mostraban:
«VALERIA SOLÍS, ¡CÁSATE CONMIGO!»
Los transeúntes se detenían para hacerle fotos a la pantalla mientras conversaban:
—¡Qué romántico es Diego! ¡Qué envidia me da Valeria!
—Dicen que ella es sorda, por eso Diego le propuso matrimonio de esta manera. Incluso el vídeo de la propuesta se proyectará cada noche durante todo el mes en todos los edificios de la ciudad.
Todos morían de los celos, pero para mí era todo un circo. Entonces, levantando la ventanilla le hice una señal al conductor:
—Avance.
Hace una semana, estaba tan emocionada como estos espectadores, y todos los días pedía a mi chófer que me llevara a esta hora para ver el vídeo.
Diego y yo éramos novios desde la infancia. Más tarde, él terminó sus estudios y se convirtió en CEO, mientras que yo era una chica corriente de una familia desafortunada.
Mi madre, víctima de la violencia doméstica, me había abandonado, y mi madrastra me había tratado como a una sirvienta, más aún después de que naciera mi hermana.
Me sentía como Cenicienta, y Diego era mi príncipe. Cuando volvió de sus estudios, me alejó de mi familia y le dio a mi padre una suma de dinero para que aceptara nuestro matrimonio. Así que no dudé en apartarlo cuando ocurrió el accidente y me quedé con las piernas rotas y la membrana timpánica dañada. Él buscó a los mejores profesionales para ayudarme y yo cooperé con el tratamiento, pero nunca funcionó.
Hasta que mi amiga Isabel trajo a un médico extranjero hacía un mes:
—Su cóclea puede regenerarse y sus piernas recuperarse con una nueva operación.
Esta noticia me alegró y sorprendió muchísimo. Aunque era contrario a lo que había dicho Diego, estaba convencida de que no me mentiría.
A la tercera semana postoperatoria, había recuperado la audición y podía caminar despacio.
Quería sorprenderlo en la boda: caminar hacia él, hacia mi felicidad, e imaginé innumerables veces lo dulce que sería oírle decirme: «Buenos días, cariño».
Pero lo primero que oí tras mi recuperación fueron los gemidos procedentes de la habitación de al lado y el coqueteo con su ayudante, Ana. Resultó ser que llevaban mucho tiempo juntos y que, además, todos estos años habían estado en ese tire y afloje enfrente mío.
La respuesta de Diego en la fiesta confirmó que no pondría fin a la relación con Ana, aunque me casara con él. E incluso, para mantener la mentira, quiso dejarme lisiada de por vida.
El sereno de la noche estaba que venteaba con fuerza, pero logró despejarme por completo.
Antes le quería tanto que hubiera aceptado morir por él. Pero en ese momento crucial para ambos, decidí demostrarle con acciones cómo las mentiras terminan por desmoronarse. Y yo… nunca toleraría el engaño.