Poco a poco esa mañana, cuando la luz del sol se colaba a través de las cortinas de la habitación, ella se despertó. Lentamente abrió los ojos, sintiendo el calor del cuerpo de Haidar a su lado. Se giró hacia él y lo vio dormido, con una expresión tranquila en su rostro. Recordó la noche anterior, las confesiones y el beso que había cambiado todo entre ellos. Una sonrisa se dibujó en sus labios mientras se preguntaba cómo había llegado a ese punto.
Ahora todo se miraba desde una perspectiva diferente, un ángulo que sinceramente le encantaba.
Haidar abrió los ojos y, al ver a Brenda mirándolo, sonrió con un brillo en sus ojos grisáceos.
—Buenos días, hermosa—, susurró con voz suave y aún adormilada.
—Buenos días—, emitió Brenda, sintiéndose feliz y un poco cohibida por la intimidad del momento. —¿Cuándo regresarás a casa?—, quiso saber, sintiendo un deseo profundo porque el árabe se quedara así con ella toda esa mañana, pero sabía que eso no podría ser.
—Regresaré para la cena—, pro