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Capítulo 4. Voy a cumplir mi promesa.

Juliette Moreau

Aston me observa por lo que parece una eternidad. Siento en mis mejillas el calor de la vergüenza por lo que acabé aceptando ante él, pero no es momento de dudar y tampoco, de bajar la cabeza.

Su escrutinio es casi una tortura, no obstante, podría ser una prueba que necesito pasar.

—No sabes lo que estás pidiendo —suelta, con esa calma que me crispa, lo que parece una eternidad después—. No tienes madera para ser una de las mujeres que me gustan.

Arqueo una ceja, el calor en mi cuerpo sube de inmediato, ahora por otro motivo menos vergonzoso y más furioso e incrédulo.

—¿Ah, no? —devuelvo, con la lengua más rápida que el cerebro—. Qué suerte que no vine aquí a complacer tus gustos.

Él sonríe con esa maldita sonrisa que parece filo de cuchillo, que corta todo a su paso. Tan helada como su jodido corazón.

Pero de repente me agarra la mano y todo dentro de mí sube y baja como si estuviera en una montaña rusa.

La misma mano que hace unos minutos estaba debajo de mi bata.

—¿Qué coño te pasa...?

Lucifer ignora mi reclamo y evita que retire la mano, la acerca a su rostro e inhala, sin quitar sus ojos demoníacos de los míos.

Su mirada se enciende, de una manera que no ayuda en nada a lo que le pasa a mi cuerpo.

—Hueles mejor de lo que esperaba —murmura, con voz ronca.

Las palabras se agolpan en mi boca y la garganta se me tranca al escucharlo. Siento que me arde la cara, mucho más que antes.

«Este hijo de puta siempre se sale con la suya».

Intento soltarme, desesperada por un instante, y sintiéndome descubierta de una manera humillante, pero Aston me aprieta la muñeca con la fuerza suficiente para recordarme quién manda aquí.

—Pero eso no es suficiente —añade, mirándome directo a los ojos—. No para llevarte a mi cama. Y mucho menos para hacerte mi nuevo juguete.

La rabia me sube al pecho, mezclada con un deseo que me avergüenza reconocer.

¿Qué m****a se cree este? ¿Por qué asume que me estaba dando placer a su costa? ¿Y por qué su mano con la mía se siente tan malditamente caliente?

«No me pienso quedar callada».

—¿Seguro? —gruño, con el tono más venenoso que puedo reunir—. Porque la mujer que tenías atada hace un rato no fue suficiente para evitar que vinieras hasta aquí. ¿Quién se quedó con ganas? ¿Quién se tomó el atrevimiento de venir hasta aquí?

Él se tensa. Una reacción que es apenas un destello en su perfecta expresión, pero que alcanzo a ver.

Y digamos que, me hace sentir conforme.

—Si de verdad te hubiera bastado con ella, no estarías aquí, conmigo —remato, mirándolo con descaro—. Si yo no fuera lo que buscas para llevar a su cama, ¿qué hace aquí, señor Myers?

Mi formalidad llega con ironía. Con burla.

Su mandíbula se marca de inmediato, sus ojos me recorren de pies a cabeza como si me desnudara en ese mismo instante, y siento que lo que acabo de provocar no tiene vuelta atrás.

«Mierda».

Se acerca despacio, tan cerca que creo que va a besarme. Mi respiración se corta, mis labios tiemblan por la espera, pero no ocurre nada. Su mano se mueve y roza apenas mi mandíbula, un toque frío y calculado que me hiela más que un rechazo abierto.

—Confórmate con robarme vinos y darte placer a ti misma —susurra, su aliento roza mi boca sin llegar a tocarme—. No eres lo que busco.

Cierro los puños y me trago la rabia. Él sonríe apenas, cruel, como si disfrutara desarmarme.

—Y lo peor, Juliette, es que ni siquiera sabes lo que quieres en realidad.

Siento un calor brutal arderme en el pecho, una parte de mí quiere gritarle, otra quiere besarlo, y otra… otra quiere demostrarle que está equivocado.

Aunque eso último, solo para poder salirme con la mía. Tengo una misión, que debo cumplir me guste o no, y esto es lo que necesito para llegar a él. Al verdadero Aston que debo seducir, enamorar hasta las trancas, para luego romperlo de todas las formas que sea capaz.

Pero Aston da un paso atrás sin quitarme la vista de encima. Retengo a duras penas la exhalación que quiere salir de mi pecho. El aire entre nosotros se vuelve helado, aunque mi piel todavía quema por su cercanía.

Por un segundo creo que va a decir algo más, algo que rompa la línea que acaba de trazar entre los dos, pero no. Simplemente se endereza, se ajusta la chaqueta con ese gesto impoluto que siempre tiene y, con la misma naturalidad con la que acaba de olerme la mano, me mira como si fuera un bichos sin importancia.

—Mañana a primera hora quiero el informe del contrato con los de Hammet Industries en mi despacho privado. Espero que hagas tomado notas esta noche, y si no lo hiciste, confío en que tengas una mente brillante que lo recuerda todo.

Parpadeo, aturdida.

«¿De verdad acaba de cambiar de tema? ¿De verdad me está mandando a trabajar?».

—¿Qué...? —Mi voz sale más aguda de lo que quisiera.

—Ah, y revisa la cláusula de confidencialidad —continúa con tono seco, ejecutivo, como si no hubiera estado insinuando que me daba placer pensando en él, como si no le hubiera dicho que quiero ser parte de ese mundo suyo que ahora me intriga.

Da el último vistazo a mi bata medio abierta, luego a mi rostro.

—No te pases con el vino, necesito que estés en condiciones para trabajar.

Eso lo dice con tanta frialdad que siento cómo si me dejara en medio de una tormenta de hielo llevando solo ropa interior.

Como si acabara de usar mi cuerpo como una distracción de oficina, y nada más.

Él se da media vuelta y se dirige hacia la puerta.

—Mañana es domingo —alcanzo a decir sin importarme las consecuencias.

Pero él me ignora y llega a la puerta. Justo antes de salir, se queda bajo el umbral.

—Ah, y las botellas que has “tomado prestadas” te las descontaré del sueldo —dice sin siquiera mirarme.

La puerta se cierra.

Yo me quedo con la respiración atascada en el pecho, los puños cerrados y la piel ardiendo como si corriera lava por mi cuerpo.

Me debato entre el enojo, la vergüenza… y algo más. Algo que no quiero nombrar.

—Desgraciado —susurro, con la voz rota por la rabia y el corazón hecho un tambor.

Camino hasta la cama y me dejo caer, con la rabia creciendo como un fuego lento.

No solo me humilló como le dio la gana, me ignoró como si fuera un capricho al que no vale la pena prestarle atención. Pero es eso, justo eso, lo que me enciende más que cualquier toque suyo, porque me acaba de subestimar. Y si algo tengo claro es que no pienso quedarme atrás.

"...no eres lo que busco. No sabes lo que quieres en realidad..."

Me tapo la cara con las manos y reprimo un grito.

Lo odio tanto como lo deseo en este instante, maldita la hora en que tuve que ver sus exóticos gustos sexuales.

Aunque lo peor es que ahora lo necesito. Necesito a Aston Myers, así sea como un medio para mi fin.

Porque tengo que cumplir mi parte, tengo que conseguir lo que prometí hace años atrás.

Cierro los ojos y cuento hasta tres. Luego hasta diez y por último hasta cincuenta. Estoy excitada, frustrada y jodidamente furiosa.

Lucifer se salió con la suya una vez más.

Respiro hondo, regreso al pasado. La memoria me arrastra lejos de esta habitación, a una más oscura y fría. A una que cambió mi destino.

***

La habitación huele a desinfectante. El aire está frío y pesado, me cuesta mantener los ojos abiertos a pesar de que mi piel erizada me mantiene alerta.

Estoy sentada al lado de la cama, con los dedos entrelazados con los de mi padre. Su piel está helada, los nudillos se notan duros y su respiración ya se escucha entrecortada.

Hace días que no habla, solo mira al techo, perdido, y realmente no sé cómo sentirme con eso.

Pero de pronto sus ojos se enfocan en mí y la calma desaparece.

—¡Sálvala! —grita, y el sonido me hace saltar en el lugar, por tomarme desprevenida.

Me inclino hacia él, intentando contenerlo.

—Papá, tranquilo, por favor. Estoy aquí —digo, pero no me escucha.

Empieza a sacudirse, ignorando mi petición.

—¡Es tu culpa! ¡Es tu responsabilidad! —Su voz es más áspera, llena de ira. Y sus ojos fijos en mí no dejan margen de dudas, es conmigo.

Es por mí.

Me quedo quieta. El corazón me late en las sienes y la garganta se me cierra. No sé qué decir. Él aprieta mi mano con una fuerza que no parece posible para el estado en que ya está.

—Tú la dejaste sola. ¡Te advertí y no hiciste nada!

Las lágrimas me nublan la vista, me muerdo el labio para no empezar a llorar.

—No pude hacer nada —susurro, más para mí que para él.

Él niega con la cabeza. Su mirada se vuelve más intensa, más perdida.

—Destrúyelo —dice de pronto, y la palabra me corta el aire—. Destrúyelo todo. Haz que pague. Júramelo, Juliette. Júramelo.

Me cuesta respirar. Lo miro a los ojos, veo el dolor y la desesperación mezclados con una rabia que entiendo por completo, aunque gran parte esté dirigida a mí.

Asiento. No puedo hacer otra cosa.

—Te lo juro —respondo, con la voz rota—. Haré que pague. Haré lo que tenga que hacer.

Su cuerpo tiembla una vez más, la presión en mi mano disminuye. El pitido del monitor se acelera y luego se vuelve constante.

No me muevo y tampoco lloro. Solo miro su rostro inmóvil y dejo que el sonido llene el cuarto. La enfermera entra corriendo y me pide que salga, pero no la escucho.

No hay nada más que hacer.

***

Abro los ojos de golpe.

Por un momento me cuesta ubicarme, pero el sonido del mar y el suave balanceo del yate me devuelven al presente.

Respiro hondo y me llevo la mano al rostro. Una lágrima se me escapa sin permiso, caliente y molesta. La limpio con el dorso de la mano y aprieto los dientes para contener el temblor que me sube por el pecho.

Ese día murió mi padre y con él, la parte de mí que creía en la justicia. Desde entonces, solo queda la promesa. Una promesa que sigue viva.

El dolor de aquel recuerdo se transforma en algo más áspero, más peligroso.

Siento rabia. La misma que me acompaña cada vez que dudo, cada vez que me permito pensar en que podría dejarlo todo atrás.

Pero no puedo hacerlo. No después de lo que pasó. No después de lo que juré. Y no, por mucho que lo intente.

Me incorporo en la cama, con la respiración acelerada y la vista fija en la puerta por donde Aston salió hace un rato.

Él no lo sabe, pero ya está conmigo quemándose en una hoguera.

No solo voy a acercarme a él, voy a cumplir la promesa.

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