aunque intentaba mantener la compostura, el torbellino en su interior era imparable. No podía creer lo que acababa de descubrir: James Ross, el hombre que siempre había mantenido una distancia fría pero cortés con ella, había sido el autor detrás del atentado que casi la mata.
La traición quemaba en su pecho como una herida abierta, pero lo que más le dolía era que, una vez más, todo había girado en torno a las intrigas de poder de la familia Ross. ¿Cuántas veces más tendría que enfrentarse a los fantasmas del pasado de Anthony?
Mientras Katherine intentaba asimilar lo que había descubierto, Gregory Marsh, su abuelo, entró al salón con expresión grave. Su rostro, endurecido por años de liderazgo implacable, mostraba una ira contenida, pero evidente.
—Esto es inaceptable —declaró Gregory, su voz como un trueno en el aire—. Los Ross han cruzado la última línea, Katherine. Si James ha intentado acabar contigo, toda la familia Ross será responsable. Es hora de que tomemos cartas en el asu