Ni una disculpa

Era como una delicada mariposa, lista para aletear y desaparecer de la vista en cualquier momento.

—Katherine.

Anthony no pudo evitar pronunciar su nombre.

Katherine levantó lentamente los ojos, mirándole sin ninguna emoción.

Seguía viva, pero sus ojos parecían haber perdido brillo.

Anthony no tenía motivos para quejarse, ya que se trataba de su obra maestra.

Quería este resultado, pero de alguna manera, su corazón se sentía sofocado.

¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué tanta incertidumbre? Todo era culpa de Katherine, y no tenía a nadie más a quien culpar.

Anthony intentaba convencerse a sí mismo, pero cuanto más pensaba en ello, más angustiado se sentía.

Atormentar a Katherine no le trajo ningún alivio. Al contrario, añadía otra cadena a sus cargas.

Las cadenas pesaban cada vez más y le costaba respirar.

—Sr. Ross, he terminado de comer.

Al ver que lo había llamado sin decir nada más, Katherine dejó la cuchara y se levantó con elegancia, preparándose para volver a su habitación.

No
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