La oscuridad es absoluta.
Isabella abre los ojos, pero es como si aún estuviera atrapada en la negrura del sueño al cual fue sometida. Su piel se eriza con el frío y la humedad del suelo bajo su cuerpo. Un fuerte olor a moho y metal oxidado le llena los pulmones. Intenta moverse y descubre que está descalza, sin ninguna de sus pertenencias. No tiene forma de defenderse.
Respira hondo, intentando controlar el pánico que amenaza con instalarse en su pecho. «Piensa, Isabella, no puedes permitirte el miedo», se dice con firmeza, su corazón latiendo más de lo que puede soportar.
Estar en esa situación otra vez en lugar de llenarla de miedo, solo la molesta más. tantos años tratando de huir de ese mundo, y ahora está metida en medio de las balas.
Se incorpora lentamente, tanteando con las manos el suelo rugoso. No hay ventanas, ni ninguna fuente de luz. Se obl