Capítulo 3: Una Pesadilla

BEATRIZ

Me encuentro feliz, ¿por qué? No lo recuerdo realmente, pero mi sonrisa parece genuina y resplandeciente, miro en dirección al cielo, no hay nubes en el cielo, es un día soleado, voy manejando al tiempo que tarareo una canción en la radio, luego, sucede, intento frenar el auto, pero no puedo, los frenos no funcionan y el choque me obliga a cerrar los ojos. 

Todo pasa de forma demasiado rápido como para reaccionar o pensar en algo más. Pedazos de vidrio explotan frente a mí y cubro mi rostro, el auto da varias vueltas, lo siento, mi cuerpo golpea el asiento varias veces, siento como si mis huesos se rompieran, abro los ojos, alcanzando a ver la placa de un carro oscuro, luego un golpe frío y duro en la cabeza, me hunde en la oscuridad. 

Varias imágenes se proyectan en mi mente, el accidente, luego de lejos las voces de los paramédicos, todo es borroso, paso de eso al día del parto, las contracciones son horribles. Es como ser partida en dos desde adentro, pese a no tener idea de nada, pujo lo más que puedo, los doctores me alientan. 

Duele, duele demasiado, pero ese sufrimiento es compensado cuando escucho el sonido más armonioso de mi vida, el llanto de mi hijo. Él abre sus ojos, mostrándome un azul eléctrico tan intenso, que me deja sin aliento, estoy feliz, observando a mi hijo, cuando todo se desvanece y ahora me encuentro en medio de agua turbia, mis palpitaciones se aceleran, el aire en mis pulmones se comprime. 

Miro a mi alrededor, estoy en medio de la nada, desciendo la mirada y me encuentro con sangre en mis manos, entonces despierto gritando. Mi pecho sube y baja, me encuentro dentro de la habitación del hotel, la laptop encendida y las cortinas recorridas, todo está tal cual, cierro los párpados con fuerza y luego abro los ojos, tratando de convencerme de que todo ha sido otra pesadilla, solo que esta vez noto algo diferente. 

Logré recordar y recuperar algunos fragmentos, como la matrícula del vehículo que vi antes de desmayarme, eran de Estados Unidos, americanas, no italianas, un hormigueo recorre mi cuerpo, me siento impotente de no poder recordar un poco más, las pulsaciones en mi cabeza son cada vez más fuertes. 

Intento mantener la calma, pero los mareos me asaltan casi de inmediato, mi mirada se enfoca en un punto invisible de la sábana, todo me da vueltas, entonces, en un esfuerzo por recordar más de mi accidente, cierro los ojos y la oscuridad vuelve a llevarme a las garras de un profundo sueño. 

Escuchando de lejos, la carcajada de una mujer, el sonido más siniestro que me eriza la piel, aún en sueños.

[...]

A la mañana siguiente, intento sacudirme los efectos de la pesadilla de anoche. hare mi mejor intento para conseguir este puesto en Empire Company.

Reviso mi aspecto frente al espejo, encontrar un traje que no fuera de marca, ni de categoría alta, fue una pequeña odisea, llevo puesta una falda fruncida por la cintura, color oscuro, que me llega por arriba de las rodillas, una blusa blanca abotonada, una chaqueta formal y zapatos de tacón, todo a juego, mi cabello rubio lo he recogido en una coleta alta, dejando algunos tirabuzones sueltos, mi maquillaje es ligero, pero notable, no me esmero en ponerme joyas, eso delataría mi estatus social. 

El bolso que llevo es sencillo, nada que sea de marca, cuando al fin me quedo satisfecha con mi aspecto, decido darme prisa para llegar a tiempo a la entrevista de trabajo. Incluso el carro que he rentado es de bajo presupuesto. Para cuando llego a Company Empire, me quedo sin aliento al ver el enorme edificio elegante, lleno de azulejos. Pese a que he visto cosas más maravillosas, no deja de ser hermoso y siniestro a la vez. 

Entrando, le doy la información a la recepcionista, quien me indica subir a la última planta, donde me entrevistarán. Asiento, subo al ascensor tratando de no llamar mucho la atención, al llegar, una de las secretarías me indica que enseguida dará aviso de mi llegada. 

—La señorita Bianca Hill la atenderá, pase —me dice la secretaria. 

Me lleva hasta una de las oficinas, le doy las gracias a la secretaría, y cuando entro, veo frente a mí a una mujer de cabello oscuro y ojos más negros que la noche, su mirada permanece sobre los documentos que firma, hasta que el sonido de la puerta al cerrarse a mis espaldas, la hace levantar la mirada. 

—Buenos días, soy Belinda Astor —me presento. 

Pero las palabras se quedan suspendidas en el aire, cuando el rostro de la mujer palidece como si estuviera viendo a un fantasma. 

—No puede ser —susurra con un destello de malicia en los ojos.

La mujer que permanece en silencio frente a mí, palidece, pero hay algo en sus ojos, un brillo que me eriza la piel, su mirada se transforma a una llena de odio, como si me conociera. Un silencio sepulcral nos envuelve y me aclaro la garganta. 

—Vengo por el asunto de… 

—No —susurra sin dejar de mirarme. 

—¿Disculpe? 

Tensa el cuerpo al tiempo que se cruza de brazos y me mira de arriba abajo, su rostro comienza a distorsionarse por la molestia. Sin embargo, recordando cuál es mi objetivo, y pese a que no me ha hecho preguntas, de dos pasos me acerco hasta su escritorio y dejo sobre este, la carpeta con los documentos. 

—Aquí está mi información —arguyo con seguridad. 

El ambiente es hostil, sigue mirándome, detallando mi rostro, estudiando cada uno de mis movimientos, como si esperara a que hiciera algo. 

—¿Se encuentra bien? —inquiero con cautela. 

Sus ojos centelleantes descienden hasta la carpeta, la toma entre sus manos y comienza a hojear mis documentos. 

—Belinda Astor —dice en tono arisco—. Tienes un buen historial, recomendaciones… 

Levanta la mirada y se muerde el labio inferior. Es como si estuviera pensando en algo. 

—¿Por qué quieres el puesto? —pregunta.

La miro de un modo extraño. 

—Necesito el empleo y… 

—Sabes qué —cierra la carpeta de golpe y la desliza sobre el escritorio hacia mi dirección—. No puedo darte el trabajo, el puesto ya está cubierto. 

Sus palabras se quedan suspendidas en su boca cuando la puerta se abre de golpe. Mi mente ya comienza a maquinar algo para quedarme con el empleo. 

—Hermano —dice la mujer, esta vez mira hacia mis espaldas con los puños cerrados.

—¿Bea? ——Se escucha Una voz masculina hace que el estómago se me revuelva, el sonido ronco y gélido, hace que un escalofrío recorra mi espina dorsal. De pronto, un tipo alto, bien parecido, de cabello oscuro alborotado, y ojos de un azul eléctrico tan penetrable, se presenta frente a mí.

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