Solitaria, así es la vida que Riccardo Lucchese eligió vivir después de ver morir a toda su familia en una oscura Navidad. El amor es una debilidad que un mafioso no puede, ni debe tener y lo entendía a la perfección.Hasta que una joven huyendo de la guerra en Palestina encuentra entre la mercancía de Riccardo un camino hacia la libertad. Sabrina Mansour no solamente busca un lugar seguro para su hermana pequeña, sino que también necesita proteger al bebé que carga en su vientre, fruto de un matrimonio forzado. Esta Navidad la vida les brindó un regalo especial, una nueva oportunidad a estos dos corazones que han conocido el verdadero sufrimiento. ¿El capo encontrará en los brazos de una dulce refugiada el amor y una nueva familia o su gélido corazón le impedirá de vivir esa pasión?
Ler mais-Papá, nos estás asustando. -habló Sabrina con la respiración entrecortada mirando por la ventana del auto en el que iba a toda velocidad. Estaba huyendo de Gaza con su padre y hermana de siete años. -¿A dónde no estás llevando?...Por favor, tienes que decirme algo…
-Tranquila cariño, todo saldrá bien. -aseguró Naim con un nudo en la garganta. Mirar por el retrovisor y ver a sus hijas tan asustadas le partía el alma, pero tenía que ser fuerte y continuar por ellas.
-Por favor, papá, llevas horas conduciendo y sabes que no servirá de nada. Nos van a encontrar. -se desesperó Sabrina abrazando a su hermana pequeña que no dejaba de llorar.
Con tan solo siete años, la niña había presenciado las escenas más duras que cualquier ser humano podría llegar a soportar. Lo único que calmaba su inocente corazón era levantar la cabeza y ver a la bella joven de ojos azules que la abrazaba con todas sus fuerzas. Su hermana mayor era su lugar seguro en el mundo.
Sabrina fue obligada a vivir una horrible pesadilla, cuando todavía no había cumplido ni los veintiún años cuando fue prácticamente vendida a un hombre cruel que la convirtió en su esposa, pero aún contra todo pronóstico se mantenía firme y fuerte. Juntas vieron a su madre morir a causa de una bomba que cayó muy cerca del jardín en la propiedad que su familia se escondía. También tuvieron que presenciar la muerte de sus hermanos mayores y de sus familias. Todo parecía estar acabado para ellos, no había esperanza de un futuro en su tierra natal.
El corazón de Sabrina no podía soportar más sufrimiento, su ciudad Natal estaba ardiendo en llamas, sus calles bañadas con sangre. Gaza se había convertido en el infierno. Su país, Palestina, estaba en medio de una guerra y no había ni una sola esperanza de encontrar la paz.
-Papá por favor, déjame bajar del auto. -rogó Sabrina sabiendo que no huían únicamente de la guerra. -Nayla y tú tienen la posibilidad de escapar, pero yo…yo no. Huye papá y déjame aquí.
-¡No, Sabrina, por favor no me dejes! -suplicó Nayla escondiendo el rostro en el costado de su hermana, aferrándose a ella.
-No pienso dejarte aquí. Cometí ese error hace meses, y no pienso volver a hacerlo. -respondió Naim con vehemencia viendo por el retrovisor cómo las lágrimas caían por las mejillas de su hija mayor.
-Conmigo no podrán huir. Nos encontrará papá, y no podría soportar perderos a ustedes también. Él no te va a perdonar por haberme ayudado, y lo sabes.
-Confía en mí, Sabrina, confía en tu padre...aunque no lo merezca, pero te pido por favor que esta vez confíes en mí.
Lo últimos integrantes de la familia Mansour llegaron a un puerto abandonado a varios kilómetros del centro de Gaza, dónde un viejo amigo de Naim esperaba por ellos junto a otros tres hombres.
-Gracias Abdel, gracias de verdad por acudir a mi llamada. -habló Naim con la respiración acelerada. Era de madrugada y había muy poca luz en el lugar.
Desde dónde estaban podían ver como las bombas que caían en algunos puntos de Gaza iluminaban el cielo, todavía estaba amaneciendo, pero el humo mantenía aquella zona bajo una sombría oscuridad. Era cómo asistir el fin del mundo.
-Debemos hacer esto rápido Naim. Yo también necesito huir con mi familia cuanto antes. Ya hemos perdido mucho y no quiero perder a otro hijo más. -contestó Abdel acompañándolos con prisa hasta un barco cargado con algunos contenedores marítimos.
Sabrina se puso tensa, fue como si un agujero negro se abriera en su pecho al verlos. No estaba segura del color pues no había mucha luz, pero parecían ser negros y por los hombres que habían en la extraña embarcación, la joven tuvo la sensación de que su carga no era algo lícito.
Los hombres movieron unas cajas que habían en el interior de uno de los contenedores. El único que permanecía abierto esperando por las dos hermanas. Allí había un pequeño espacio, demasiado estrecho para las dos, pero suficiente para mantenerlas ocultas y protegidas durante el viaje.
-¿El viaje será seguro para mis hijas, Abdel? -preguntó Naim mirando a su amigo con ansiedad y el corazón de Sabrina subió por la garganta al escuchar a su padre.
-Esa gente elige las rutas más largas y más peligrosas para atravesar el Mediterráneo sin atraer la atención de la policía, por eso su mercancía siempre llega entera a su lugar de destino. -aseguró Abdel. -No te puedo asegurar después Naim, pero mientras estén en este contenedor, tus niñas estarán a salvo.
Naim asintió aguantando sus ganas de llorar, luego se giró para ver por última vez a sus hijas.
El hombre abrazó a su niña pequeña, entregó su destino en las manos de Alá y la envolvió en una manta antes de ayudarla a entrar en el escondite.
Aprovechando que Nayla no podía escuchar la conversación, Naim agarró las manos de Sabrina entre las suyas y avergonzado abrió su corazón a uno de sus mayores tesoros.
-Espero que algún día me puedas perdonar por haber robado tu futuro y desgraciado tu vida. -habló con sinceridad y Sabrina limpió sus lágrimas, no había rencor en su corazón. -Estabas feliz en tu Universidad en Inglaterra. Luchaste por tener algo más en esta vida y yo te lo arrebaté en mi estúpida ignorancia de creer que hacía lo mejor para ti. Solo espero que ahora tu hermana y tú puedan encontrar la libertad o quien sabe, la verdadera felicidad.
-Está todo olvidado papá, no pensemos en el pasado pues ya no tiene sentido hacerlo. El pasado, pasado está.-respondió Sabrina acariciando su rostro, luego miró alrededor y preguntó. -¿A dónde no estás enviando?
Sabrina sabía que aquel no era un barco para refugiados, pues todos iban repletos de personas y en aquel sólo habían recibido a ella y a su hermana pequeña.
-¿Por qué nos separamos aquí, papá?, podías haber conducido hasta Jordania cómo tantos otros lo han hecho.-Sabrina interrogó a su padre sin poder entender la motivación de sus decisiones. —Nayla y tú hubiesen tenido una oportunidad sin mí.
-Jamás te abandonaría, hija mía y no puedes caer en manos de las autoridades ahora Sabrina.-contestó su padre con firmeza. -Si llegan a ver la marca en tu cuerpo sabrán quién eres y entonces estarás perdida. En cuestión de horas estarías de regreso y sabes lo que ocurriría. Esta es tu única salida, mi niña.
Sabrina estaba angustiada, el miedo y la incertidumbre comenzaban a apoderarse de su ser y sentía que se ahogaba en el desespero.
-¿Entonces quién nos estará esperando al otro lado, papá?-inquirió abrazando su cuerpo. Naim agarró el rostro de su hija antes de responder con la verdad.
-Cuando llegues a tu destino final encontrarás a tu salvación o la muerte...
-Papá...-balbuceó Sabrina asustada.
-Es todo o nada, hija. Si te quedas morirás de todas formas, pero si te vas puede que tengas la oportunidad de seguir luchando por tu vida.
-No puedo arriesgar la vida de mi hermana, papá -habló Sabrina con vehemencia, pero su padre ya había tomado una decisión.
-Si se quedan aquí la estarás sentenciando a muerte. No hay otra opción Sabrina...
-¡Naim no queda más tiempo, el barco tiene que zarpar ahora mismo antes de que su dueño desconfíe del retraso!-anunció Abdel apresurando la despedida.-Y créeme que no queremos hacer enojar a ese hombre.
Sabrina sujetó la mano de su padre y la besó con cariño, centrando su atención en despedirse de su padre aunque su piel se erizó con la advertencia de Abdel.
Naim y Sabrina no dijeron ni una palabra más, pues ambos sabían que aquella era la última vez que volverían a verse.
Es una ley en esta vida. Los padres deben morir antes que sus hijos y Naim estaba dispuesto a todo para no tener que ver a morir a sus últimas hijas con vida, como vio a los demás luchar y perder sus vidas en el intento.
En su destino final, sin saberlo, esperaba por las hermanas Mansour un dios de un metro noventa, con unos sombríos ojos grises que podían derretir a cualquier mujer tan sólo con su mirada, y provocar el pánico en simples mortales que nacieron para bajar la cabeza ante un mafioso como él.
Ese era Riccardo Luchesse, el Señor del Mediterráneo, como lo llamaban algunos. Muy pocos se atrevían a pronunciar su nombre y si lo hacían pedían la protección del Todopoderoso, pues ni siquiera al diablo temían tanto como al italiano que llevaba una vida solitaria en su fortaleza.
El camino de Sabrina estaba a punto de cruzarse con el suyo. Un encuentro que cambiaría sus vidas para siempre. Para una mujer que huía de un terrible pasado y para un hombre roto que deseaba mantener su corazón frío para evitar el amor, se avecinaba una inesperada Navidad.
Riccardo se encontraba sentado en la escalinata de aquella casita blanca donde encontró a su familia, esperaba la llegada de un invitado especial.-¿No me vas a decir a quién estás esperando? -preguntó Sabrina sentándose a su lado y apoyando la cabeza en su hombro.-Estará casi al llegar. -los dos sonrieron escuchando las voces de Nayla y Alessandro que jugaban con la nieve en el jardín trasero mientras que los más pequeños echaban una larga siesta.La felicidad de aquella conexión que habían creado los dos niños entre ellos tenía a todos emocionados. El brillo en los ojos de Alessandro cuando volvió a ver a Nayla fue realmente precioso y cómo ella lloró de felicidad al abrazarlo después de tanto tiempo. Desde que aquella mañana, Nayla y Alessandro no se había separado. Incluso fue gracioso verlos tomar el desayuno dados de la mano todo el tiempo.-Ale parece muy feliz. -pensó Sabrina en voz alta y Riccardo apoyó la cabeza en la suya.-Mi ahijado es un niño feliz, más aún estando cer
Aquella noche mágica había llegado, y con ella vendría ese tan deseado milagro que todos necesitaban.La Navidad no existía para los musulmanes, pero para Sabrina se convirtió en una fecha perfecta para soñar, para alimentar sus esperanzas. Era el mejor día del año, para recordar lo que era el amor y sentirse afortunada de haberlo encontrado.Bajo el árbol había algunos regalos que Nayla había recibido por parte de trabajadores de Organizaciones dedicadas a ayudar a mujeres desprotegidas y en situación vulnerable, como era su caso. También habían algunos obsequios de agentes que se habían encariñado con su familia en el tiempo que llevaban bajo protección. Pero todos esos regalos seguían envueltos, en el mismo sitio.-Es muy tarde cariño, es hora de ir a la cama. Mañana será un nuevo día. -anunció Sabrina mirando a la niña, quien estaba pegada a la ventana viendo la nieve caer que cubría los tejados de las casas vecinas con su hermoso manto blanco.Nayla observaba como apagaban las lu
Había mucha razón en las palabras de Sabrina, pues aquel italiano seguía siendo suyo, hasta la última médula de Riccardo Lucchese era de Sabrina Mansour. Pero aquella misma noche un milagro volvería a suceder en sus vidas, ese milagro que tanto esperaban.-Por favor Demie, necesitamos a Riccardo. -dijo uno de los capitanes que llevaba años trabajando para el italiano. -Muchos te tienen miedo, te respetan, pero cada vez hay más rumores de que el jefe se volvió loco definitivamente. Eso es una amenaza para nuestros negocios, una debilidad de la cual nuestros enemigos se podrían aprovechar.-¡Que venga el que quiera, Fausto! -vociferó Demie. -Ahora Riccardo es más peligroso que nunca. Aquel que se atreva a atentar en su contra, terminará muerto. Que venga el que sea a comprobar si nuestro rey está o no loco. Se llevarán una sorpresa cuando descubran que siempre han estado en lo cierto, si es que luego consiguen escapar de su furia.Demie resopló con fastidio dando la espalda al capitán.
Los días se hacían cada vez más largos, la soledad más insoportable. El amor también puede ser una maldición o una especie de castigo cuando no puedes estar con el ser amado. La cama estaba fría, sus manos estaban vacías y el silencio se había convertido en su única compañía. Riccardo había pasado la mayor parte de la noche sentado en un rincón en aquella habitación del faro, en su playa secreta. El lugar en el cual entregó su corazón a Sabrina.Al principio intentó por todos los medios continuar con su vida, con la esperanza de volver a ver a su mujer. Enzo las estaba buscando, utilizaba sus contactos para llegar a Sabrina y a las niñas, pero su amigo en la CIA no tenía acceso a esa información. El Gobierno de los Estados Unidos la había escondido como si fuese una joya que debería estar oculta del resto del mundo.Era como si no hubiese existido, como si todo no hubiese pasado de un hermoso sueño. Aquellas Navidades a su lado, el primer beso, la primera noche de amor, las promesas,
Riccardo acompañado de la Quimera, y de los ocho capos, irrumpió en aquella sala de espera dónde Nihad se refugiaba. Salvatore y Enzo se encargaron de matar a los pocos hombres que protegían al heredero del imperio del terror que había levantado el Hamás. Nihad con toda su altanería esperaba por Riccardo sentado en un sillón, en medio de la sala de espera.Nihad aplaudió la hazaña de Riccardo con una sonrisa burlona en su rostro, viendo como el amante de su esposa caminaba hasta él con una furia en su mirada que causaba escalofríos en los demás presentes, pero Nihad estaba dispuesto a seguir desafiándolo. Después de todo, para él la muerte era una gloria y no un castigo.—Hermoso todo lo que has hecho para mantener a mi esposa con vida, incluso a mi hija. Por qué recuerdas que es mi hija, ¿cierto? —Nihad provocó a Riccardo creyendo saber a quién se enfrentaba.—No eres digno de llamarla hija, esa niña es mía…no de un maldito violador como tú. —gruñó Riccardo desbloqueando su pistola
Con la cabeza en alto, cargando dos pistolas semiautomáticas y escuchando en su interior como el último pedacito de su corazón caía en un agujero, profundo, oscuro y sinfín que Sabrina estaba dejando en su interior, Riccardo recurrió a la única motivación que tenía para seguir respirando, para seguir siendo un monstruo…el deseo de venganza.Riccardo miró a sus Betas, hombres que no temían nada y que vivían exclusivamente para ser su sombra. La lealtad a su capo los había llevado hasta aquel momento, dónde seguramente terminarían perdiendo la vida. Eran muy pocos para hacer frente al grupo de terroristas que atravesaban aquellas barricadas. No había esperanza, no había seguridad de salir ilesos o con vida de aquel aeropuerto. Pero no se echaron atrás, en sus miradas Riccardo solo podía ver decisión, estaban decididos a dar la vida por él, y él por ellos si así fuera necesario.Demie jugaba con sus cuchillos esperando la batalla. Era madre y tenía la consciencia de que tal vez no volver
Último capítulo