La clave la tienes tú, Emir.

Emir

Habíamos llegado ya a Italia. El fin de semana fue emocionante, la pasamos muy bien, pero el temor no me abandonaba. Sabía que mi padre y Erín aún eran una amenaza. No teníamos pruebas contundentes, pero éramos conscientes de que ellos nos querían ver mal, o tal vez algo peor.

Al llegar a la residencia, la emoción nos invadió al ver a nuestra pequeña Aitiana. Ella levantó los brazos hacia Eiza llorando de felicidad, buscando los brazos de su mamá. Yo cargué a Eleazar y lo llené de besos. Luego me acerqué a mi hija y la abracé con la misma devoción. Eiza envolvió a nuestro pequeño en un abrazo fuerte, mientras Laurien apareció, radiante de alegría al vernos.

—Nena, que alegría, que ya han regresado—exclamó abrazando a mi esposa, luego mamá vino hacia mí y me abrazó igual.

—¡Oh, querido hijo! ¿Cómo estás? Pensé que no iban a venir —dijo mamá, claramente emocionada.

—Ay, madre, teníamos que regresar. El trabajo nos llama. Mañana empiezo con Rockefeller, ya comenzaremos a buscar nue
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