Narrador omnisciente
Después de que Anna abriera el refugio, entró a buscar sus cosas. Mirar las fotos de su mamá, los dibujos, todo aquello fue muy duro.
—Tranquila, mi niña.
—La extraño.
—Lo sé y ella, estoy seguro, te cuida desde algún sitio. Lo importante es que tienes todas estas cosas. Las llevaremos a casa y podrás descansar.
Anna descansaba en una postura que dejaba claro que se sentía bien, a pesar de las descargas emocionales a las que se había sometido. Y sus compañeros guardaron sus cosas; sabían que ella no estaba lista aún para ver todo aquello. Un miembro de la manada llegó por la nueva loba; era necesario que otros la cuidaran durante las siguientes treinta y seis horas y ellos tres ya tenían demasiado entre manos con Anna.
Alec, que estaba en la cocina, sonrió al mirarla bajar a comer.
—Hola, cariño.
—¿Y Mary?
—Vinieron por ella de la manada, ¿quieres comer?
—Muero de hambre. ¿Podrías, por favor, guardarme las cosas que trajimos? Sé que es importante para la manada que