“Entiendo”, le sonreí aunque mis labios tenían problemas para estirarse. “La ira de tu lobo te asustó”.
“Gracias”. Me apretó el hombro. “¿Aún no has terminado con él?”, preguntó. Miré a Lucien.
Nunca fue mi culpa. Lo sabía y me lo decía a mí misma cada vez, pero siempre había una parte de mí que se