Carlos
El rugido de mi bestia retumbó cuando las palabras de Dafne hicieron eco en el silencioso salón de baile. Salvia permaneció inmóvil a mi lado, su aroma impregnado de miedo y confusión. Cada instinto me exigía desgarrar la garganta de Dafne por amenazar a nuestra compañera, pero era dolorosamente consciente de los cientos de ojos que observaban cómo manejaba esa crisis el Rey Licán.
—Suficiente —mi voz cortó los murmullos—. Tu presencia aquí no es bienvenida, dado tu historial de acusaciones falsas.
—¿Falsas? —Los ojos de Dafne se abrieron con fingida inocencia—. ¿Te refieres a cuando intenté advertir a mi manada sobre albergar a una loba desconocida? —Se giró para dirigirse a la multitud—. Admito que fui precipitada en mi juicio entonces. Las evidencias parecían tan claras en ese momento...
—¿Las evidencias que tú fabricaste? —El poder emanó de mí en oleadas—. ¿Las mentiras que casi provocaron la ejecución de una omega inocente?
—Me equivoqué respecto a ese incidente específico