Salvia
La habitación se sentía imposiblemente pequeña cuando el beta nos dejó con una torpe reverencia. Una cama, dos sillas, una pequeña ventana que dejaba entrar la luz de la luna. No había escapatoria de esa conversación que habíamos estado evitando.
Tan pronto como la puerta se cerró, me volví hacia Carlos.
—Antes, cuando su Alfa describía los ataques... tenías una teoría. Pude verlo en tus ojos. ¿Qué es lo que no le estás contando a todos?
Él se acercó más, su poder emanaba de él en oleadas. —No.
—¿No? —Retrocedí, chocando con la puerta—. ¿Qué quieres decir con no?
—Quiero decir —me acorraló contra la madera, colocando sus manos a ambos lados de mi cabeza—, que no vamos a discutir asuntos de la manada ahora. Vamos a hablar de nosotros.
Mi corazón latió de forma traicionera ante su proximidad. Incluso enojada, mi cuerpo recordaba su tacto, lo anhelaba.
—No hay un nosotros —intenté sonar firme, a pesar de mi pulso acelerado—. Dejaste eso claro cuando mantuviste en secreto el vínculo