En lo que la puerta de la habitación fue cerrada, Nikolas se lanzó sobre Selene y la presionó sobre la pared. El deseo los consumía y las ganas de estar juntos eran cada vez más fuertes. Lo único que se escuchaba eran las respiraciones aceleradas de los dos y el sonido de los besos en algunos momentos. Se estaban comiendo, si eso era posible. La piel de gallina se les ponía después de cada caricia.
—Mierda, te extrañé... —la llevó a la cama sin dejarla de besar.
—Me molesta tu ropa —le quitó la camisa de vestir azul.
—Y a mí la tuya —le quitó la pijama, quedando expuesta completamente—. Mi obsesión...
Selene le terminó de quitar la ropa, notó las nuevas cicatrices que estaban en la piel del mafioso y, también que tenía un nuevo tatuaje de rosas grises. El griego fue dejando un camino de besos por todo el cuerpo de su mujer. Era dulce y sabía a gloria. Llegó a sus pechos para darle la atención requerida. Mordió, lamió y la sensación de satisfacción la estaba mareando.
—Nik... —no lo