CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE

Las manos de Collins me agarran con una brusquedad que me deja sin aliento, sus dedos como garras se clavan en la frágil tela de mi vestido con una ferocidad desesperada y borracha. El pánico se apodera de mí como un tornillo de banco, apretando mi garganta y enviando mi corazón a una carrera frenética contra mi caja torácica.

Justo cuando estoy a punto de ceder a la desesperación que amenaza con consumirme, la puerta se abre de golpe con un fuerte crujido, casi arrancada de sus goznes por la fuerza del golpe. Jadeo, mi cabeza da vueltas para ver quién podría haber venido a rescatarme.

Una figura se mueve por la habitación en un borrón, agarrando a Collins por el cuello y arrancándolo de mí con una fuerza nacida de la rabia pura y sin adulterar. Collins, cogido por sorpresa y obstaculizado por su estado de embriaguez, no es rival para la furia del recién llegado. Golpe tras golpe llueve sobre él, cada repugnante crujido de puño contra la carne puntuado por un gruñido gutural que me sa
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