Un no tan solitario amanecer

La entrada del sol por la ventana de la habitación del hospital golpeó el rostro de Luisa, despertándola. Debió esforzarse unos segundos para recordar dónde estaba -y con quién-. Cuando la vorágine de sucesos de la noche anterior acudió a su mente, la joven no solo recordó lo bien que se había sentido de tener a Mario a su lado y, pese a haber sido pocas horas, lo bien que durmió, pero todo porque tras el suceso del accidente se había olvidado por completo de lo que atormentaba su corazón.

«Mario ha embarazado a Rebeca».

Las palabras le llegaron al recuerdo como si fuesen una herida que siempre estuvo abierta, solo adormecida por algún efecto narcótico que ahora se estaba evaporando.

Se levantó, con cuidado, procurando no tocar el brazo lastimado de Mario, que seguía dormido. Al contemplarlo, Luisa sintió un peso que se hundía en su pecho.

«¿De verdad me habrá hecho eso? ¿Habrá sido capaz? Las fotos que Rebeca dice tener lo demuestran y si quiero saber lo que en realidad pasó, no te
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