Luisa ya estaba acostando a los trillizos cuando reconoció la voz de su hermana y tuvo que controlar a los tres pequeños para que no salieran de la habitación con la intención de saludar a Viviana.
—Mañana la podrán ver —dijo Luisa en el momento en que se interpuso entre los tres hermanos y la puerta de la alcoba—. Ahora deben descansar, o no habrá quién sea capaz de levantarlos mañana.
—Pero… —Iba a protestar Jacob cuando su mirada se cruzó con la de Luisa que, pese a que lo seguía mirando con cariño, también lo hizo con cierta rudeza.
—Te pareces a mi mamá —dijo Javier, que había estado a un paso de levantarse de la cama.
—¿Qué? —exclamó Luisa, sorprendida por las palabras del pequeño.
Antes de que Javier o cualquiera de sus dos hermanos pudiera contestar, oyeron la voz de su papá y se olvidaron del asunto, metiéndose entre las cobijas entre risas y simulando estar asustados.
—Bueno, niños, que duerman. Nos vemos mañana —dijo Luisa al apagar la luz y oír las risas apagadas de lo