El viento gélido soplaba sobre las tierras del Alfa Morgan, trayendo consigo la sensación de una inminente tormenta. La tierra que había ofrecido como refugio a Evelyn y Máximo se extendía como una fortaleza natural, rodeada de colinas escarpadas y frondosos bosques que parecían impenetrables.
Morgan, un Alfa conocido por su frialdad y pragmatismo, se mantenía al margen de las disputas de las manadas vecinas, pero esta vez había roto su política habitual. Por petición de Víctor, su viejo amigo, había aceptado ocultar a su hija y a Máximo en su territorio, impidiendo el acceso a cualquier intruso, incluidos los hombres de Alexander.
Evelyn se asomaba por la pequeña ventana de la cabaña que les habían asignado. La vista era opresiva: una interminable extensión de árboles, montañas que parecían tocar el cielo y un silencio sofocante que solo amplificaba su nerviosismo.
No había tregua para su mente; la culpa y el miedo se mezclaban con la adrenalina de la huida.
—¿Estaremos seguros aqu