Las urnas

Nombrar a Kilyan como su espada juramentada solo había sido un acto de rebeldía, quería pagarle a su esposo con la misma moneda aunque solo fuera ante los ojos de las personas, no tenia intenciones de entrar al mismo lecho con el elfo, eso él lo sabía y había aceptado las condiciones de Elarimil antes de ser nombrado ante la nobleza, la noticia y el rumoreo de las palabras que la reina le había dirigido a su esposo cuando se marchaba se esparcieron más rápido que el fuego, nadie podía juzgar las decisiones de su monarca, porque sabían que el rey se lo merecían, había dado su favoritismo a la mujer con la peor reputación de todo el reino.

Pasando los días, Elarimil hizo varios cambios en el palacio, el primero de ellos fue mandar a la amante de su esposo a una torre donde fue encerrada, con comodidades, pero finalmente encerrada, Anne casi se volvió loca cuando la sacaron de la lujosa habitación para mandarla a una más pequeña.

— Su esposo ha llegado, alteza— le avisaron, ella apena
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