Capítulo 6. Mírame

LIAM 

Estuve a punto de besarla... ¡Mierda!, Yo quería besarla, pero como el imbécil que soy, me arrepentí en el último segundo. 

Aún me arrepiento.

No puedo borrar de mi cabeza la manera en que cerró sus ojos y se abandonó a sí misma... Confió en mí y me burlé de ella. Admito que siempre ha causado cosas extrañas en mi interior, sentimientos a los que no he querido poner un nombre por temor a que puedan crecer y gobernarme; pero esta noche... Joder, fuí un verdadero idiota.

Regreso al bosque tratando de despejar mi mente de lo que acaba de suceder, queriendo olvidar esos carnosos y apetecibles labios que por poco probé. 

Me uno a mi equipo de centinelas que vigilan discretamente la cabaña del Alfa. Esta noche tiene compañía y ha dejado instrucciones de permanecer alejados, así que formamos un perímetro alrededor y nos adentramos en el bosque.

Una hora más tarde, el líder sale en compañía de Azul, la amiga de mi ovejita... De ella.

Envío a los hombres que lo resguardarán y yo me quedo patrullando en el bosque. Me dirijo a la frontera para revisar que todo vaya en orden cuando escucho un grito.

Es uno de los centinelas, al parecer ha sido atacado; corro hacia él para auxiliarlo y veo cómo un un enorme lobo se escabulle entre los árboles. 

—¡Ayuda! —grito al resto de hombres—. ¡Aquí!

Reviso los signos vitales del hombre que se encuentra en el suelo, tiene un golpe en la cabeza y se ha desmayado, pero sigue con vida. Veo cómo se acercan los hombres, algunos en su forma humana y otros han cambiado a su naturaleza lobuna.

Dejo al herido en manos de ellos y corro tratando de alcanzar al agresor, los lobos se me unen y nos dispersamos para abarcar más terreno.

Buscamos por todo el territorio que comprende la manada, pero es inútil, no hay rastro del atacante mas que solo sus huellas y pequeños arbustos rotos por donde pasó.

Doy aviso al Beta del Alfa, pues no sé si aún se encuentre ocupado y regreso a la cabaña. Al centinela afectado lo han llevado al hospital del pueblo y por ahora no hay nada que hacer mas que esperar a que reaccione y pueda dar su versión del suceso.

****

He dormido solo cuatro horas, pero este nuevo día llega cargado de mucho trabajo. Junto al Alfa David y su Beta Omar, hemos organizado un rastreo por toda la manada, tratando de encontrar el lugar por donde se pudo haber adentrado el lobo agresor a nuestro territorio. 

—Liam, encárgate del pueblo —ordena el Alfa.

—Como ordene.

Nos separamos desde entonces; yo voy hacia la central del pueblo, donde me encargo de organizar a los hombres disponibles. Distribuyo las patrullas, los equipos que las ocuparán y las rutas que deberán cubrir.

Pasan de las ocho cuando regreso a casa después de un día agotador. Las calles se encuentran vacías, salvo por algunas personas que salen de sus trabajos, el ambiente en el pueblo se siente frío y siniestro en medio de la soledad.

Avanzo rumbo a la desviación que lleva a mi casa pero algo me hace detener el auto; unas cuadras más adelante, Daniela camina distraidamemte con bolsas en sus manos, pero eso no es lo que llama mi atención; aparte del hecho de que es de noche y se encuentra sola, el tipo que la sigue varios metros atrás enciende todas mis alarmas.

Acelero hasta alcanzarla, freno el carro y bajo de él.

—¿Qué demonios crees que haces sola en la calle a esta hora? —inquiero con coraje.

—Yo… —se sorprende al verme frente a ella y se queda sin habla—. Se me hizo un poco tarde en las compras.

—¿Un poco? —reclamo—. ¿Ya viste la hora que es?

Me doy cuenta que el hombre que la seguía ha desaparecido, lo cual se me hace aún más sospechoso.

» Anda, sube —tomo las bolsas que lleva en sus manos y la guío a mi auto. La noto insegura y trato de controlar mi enojo—. No debes andar sola de noche, es peligroso.

—Lo sé —dice y sube al carro.

Una vez dentro, arranco el motor y seguimos el camino a su casa. Volteo de reojo y la veo mirando por la ventana, mientras retuerce los dedos de sus manos. 

¡Por Dios! Cuánto daño he hecho a esta chica. Me teme y, precisamente es lo que trato de evitar. He sido un verdadero idiota y ahora no se cómo corregir tantos años de errores.

—Gracias —susurra apenas.

—Hmmm —murmuro—. Anoche atacaron a un centinela en el bosque —confieso, tratando de hacerla entender mi preocupación.

—¡¿Qué?! —voltea sorprendida—. Él... ¿Se encuentra bien?

—Sí —respondo secamente.

Su aroma inunda mis fosas nasales y me cuesta trabajo respirar por temor a parecer un maldito adicto. 

—¿Aún no arreglas tu chatarra? —pregunto, huyendo de su mirada que me atrae y me repele a la vez.  

—No —admite avergonzada.

Casi estoy por ofrecerme a ser su medio de transporte, pero afortunadamente recobro la cordura y recuerdo que no soy bueno para ella, que debo mantenerme alejado.

Me apresuro a llegar y no digo nada desde entonces. Estaciono frente a su casa y la veo bajar, no me atrevo a acompañarla por miedo a hacer una estupidez como la otra noche. 

—Gracias por traerme —murmura antes de cerrar la puerta. 

La observo caminar despacio hasta la puerta y un suspiro traicionero infla mis pulmones, al ver la frágil figura moverse con cadencia y, aunque ella no lo note, con sensualidad. 

Daniela tiene ese aire inocente que me vuelve loco, y no lo digo como algo bueno. Me vuelve loco en serio, esta ansiedad de tenerla cerca y al mismo tiempo querer alejarla, es una tortura, un infierno al que yo mismo me he condenado.

Arranco cuando estoy seguro de que se encuentra a salvo y llego a mi propia casa unos minutos después.

Acostado en mi cama, evoco esos ojos grises que me mantienen despierto durante horas, recordando cada expresión que son capaces de mostrar: alegría, ilusión, sorpresa, temor, tristeza... Decepción.

Me maldigo al saber que yo soy el responsable de la mitad de ellas y, no precisamente de las buenas.

Necesito sacármela de la cabeza.

****

Tres días pasan en los que trato de olvidar a esa pequeña ovejita sin éxito. He intentado salir con cuanta mujer se cruza por mi camino y, nada. 

El trabajo me distrae, pero no lo suficiente, a pesar de la reciente actividad en la manada, mis pensamientos solo se dirigen a la joven que se ha vuelto dueña de mis días y noches en tan poco tiempo.

«¿A quién engaño?, Daniela siempre ha sido mi dueña»

Aún recuerdo cuando la conocí, tenía ocho años y en ese momento descubrí mi gusto por las niñas por primera vez...

—¿Cómo te fue en tu primer día en segundo grado hijo? —preguntó mi madre, mientras tomábamos la cena.

—Muy bien mamá, conocí a una niña muy bonita que acaba de pasar a primer grado. Dice que siempre ha estado en el colegio, pero yo nunca la había visto —les conté a mis padres con emoción.

—¿Ah, sí? Qué bien, ¿Cómo se llama esa niña tan bonita? —sonrió haciendo un gesto cómplice hacia mi padre.

—¿De quién es hija? —interrumpió papá.

—Se llama Daniela, su cabello es dorado y tiene unos enormes ojos grises. No sé quiénes son sus papás —respondí a ambos.

—Tienes que poner atención a tus amistades Liam, tú aspiras a ser un miembro importante en la manada y las personas de las que te rodeas ahora influirán de una u otra forma en tu futuro. Hazte un favor y deja de lado a quienes no aporten nada a tus ambiciones —aseveró con frialdad

—De acuerdo padre —me limité a responder como un cadete que acata una orden de su superior.

Mi padre siempre fue mi héroe, de niño lo veía como el hombre más fuerte y perfecto de toda la manada, incluso más que nuestro Alfa. Sus palabras eran una ley para mí y jamás cuestioné ninguna de sus absurdas órdenes.

Eso cambió hace años, cuando descubrí los abusos que ejercía sobre mi madre, sus constantes engaños, que supo bien cómo ocultar de mí, pero sobre todo, el maltrato físico al que la ha sometido durante no se cuánto tiempo.

Aquel hombre que admiré tanto, hoy solo es un payaso que se vale de su fuerza para obligar a una mujer a obedecerle. Pero mi coraje no solo es hacia él, también mi madre tiene su parte de culpa. Yo hubiese sido capaz de matar a mi padre cuando lo encontré golpeándola, juro que el odio que sentí en ese momento casi me lleva a cometer una locura, pero fue ella quien me detuvo. 

Entendí que solo trató de evitar una tragedia, pensé que lo dejaría al contar con mi apoyo, pero me demostró lo débil y sumisa que puede llegar a ser; una masoquista que aguanta tanta humillación solo por las migajas que mi padre le da. 

Eso mismo es lo que yo he hecho con Daniela, siempre con la esperanza de que un día se defienda. Ansío que me ponga en mi lugar, que saque el valor que sé que tiene y me demuestre que podemos ser más que una pareja tóxica. Sin embargo, ese momento no llega. Empiezo a temer que nunca llegue y descubrir que esa es su verdadera personalidad. Tan parecida a mi madre...

Tal vez mi estrategia no sea la mejor, quizás solo demuestro que tengo más parecido a mi padre del que quiero reconocer, pero necesito estar seguro de que no repetiré el patrón y necesito saberlo ahora, antes de decidir si me uno a ella, o la rechazo de una vez.

****

Es viernes por la mañana y voy de camino a supervisar el cambio de guardia. Paro en la central para archivar los informes del día anterior y reviso que esté todo en orden. La amenaza ha pasado y en estos días, se ha vuelto poco a poco a la normalidad en cuanto a las rondas y equipos que patrullan el pueblo, así que han sido muchos movimientos de hombres en solo una semana.

Salgo de la central y voy hacia el auto que ha quedado estacionado al otro lado de la plaza. Mi mirada viaja por sí sola al jardín de niños, es hora de salida y en la puerta se reunen los padres que llegan a recoger a sus hijos.

Tomo asiento en una de las bancas que queda casi enfrente y observo cómo poco a poco se va quedando vacío el plantel. 

No es raro ¿Cierto?, Soy un miembro de la guardia de la manada y es mi deber vigilar la seguridad de todos los integrantes de ella. Las escuelas merecen la mejor protección.

Cuando se despeja la multitud de la entrada, mis ojos por fin la ven... Es tan delicada y hermosa, su ternura cautiva a todo aquel que la mira, incluso los niños parecen maravillados con ella.

«Lástima que sea tan débil»

Daniela baja hasta quedar a la altura de los pequeños y dice adiós a cada uno con un abrazo. Yo solo ruedo los ojos empalagado con tanta muestra de cariño.

Cuando ha despedido a todos sus alumnos, camina hacia su salón de clases y regresa unos minutos después, cierra la puerta y dice adiós a sus compañeras.

Comienzo a sentirme como un sucio acosador aquí sentado sin perderle de vista, pero fueron varios días en que me alejé de ella y, la verdad es que me mataban las ganas de verla.

Escucho el ruido de un motor que se acerca a alta velocidad para estar en un sector escolar, al mismo tiempo que Daniela sale del jardín y atraviesa la calle revisando su bolsa de mano.

Actúo rápido, corro hacia ella, la envuelvo entre mis brazos y la arrastro conmigo de nuevo a la acera. El vehículo sigue su camino sin detenerse, menos aún si se ha dado cuenta de que estuvo a punto de atropellar a alguien.

La rubia tiembla abrazada a mi pecho. Me separo solo un poco para revisar si se encuentra bien, tomo entre mis manos su delicado rostro y la observo con cuidado.

—¿Estás bien? —pregunto preocupado. 

—S-sí... G-gracias… —dice nerviosa.

El gris de su mirada me desarma así tan cerca, el corazón retumba en mi pecho por la adrenalina del momento... O por tenerla pegada a mi cuerpo. Puede ser por ambas. 

De pronto recuerdo que estuvo a punto de ser golpeada por un auto y pudo morir en una fracción de segundos. El coraje me invade, su descuido me molesta y me veo reprochándole por algo que afortunadamente no pasó.

—¡¿Qué carajos pasa por tu cabeza ?! —la suelto de repente—. ¡¿Por qué no pones atención?!, ¡Si no fuese por mí, estarías muerta!

—Lo siento, no me dí cuenta —pronuncia con voz temblorosa.

—A eso me refiero, nunca te das cuenta de nada —digo con desesperación—. Usa esos bonitos ojos y mira a tu alrededor, ¡TONTA! 

Sus amigas se acercan preocupadas y la dejo con ellas. Abandono el lugar como alma que lleva el diablo, subo a mi auto y salgo derrapando sin esconder mi furia.

«Esta chica va a matarme de un maldito susto»

****

El resto del día es una m****a, no dejo de darle vuelta a lo que pasó en la plaza y sobre todo, a las cosas que le dije... Ella tiene el poder de sacar lo peor de mí, me lleva al límite de mi paciencia y siempre termino dejando salir mis demonios.

El Alfa ha organizado una fiesta en casa de sus padres, al parecer firmó un nuevo contrato en su empresa que ayudará a mejorar las condiciones del pueblo. Casi toda la manada se encuentra aquí, pero mis ojos buscan sin cesar a una pequeña rubia de ojos grises entre la multitud. No la encuentro, ni a ella ni a su amiga, lo cual es raro porque últimamente ha estado muy pegada al Alfa.

Ya pasadas las once de la noche, mis esperanzas de verla ya se han esfumado, así como las de David, quien al igual que yo, se nota desesperado buscando a la pelinegra en cada persona que entra al gran salón.

La fiesta termina pasada la media noche y mi turno acaba. Escolto al Alfa hasta su cabaña y reviso los alrededores antes de asignar al equipo que se quedará esta noche. Cuando estoy por tomar el camino que lleva al pueblo, me encuentro el auto de Azul con rumbo hacia la cabaña.

Voy a casa con la esperanza de descansar un poco, mi mente está harta de tanto darle vueltas a lo mismo, pero un impulso me hace regresar y buscarla. 

Ya no vive en casa de sus padres, así que la busco en su nueva dirección, su amiga no estará así que, espero tener aunque sea un momento con ella a solas.

Llego al lugar media hora después. Las manos me sudan y el corazón se me acelera por la tontería que hago, pero no me detengo hasta que me encuentro frente a la puerta y toco enérgicamente.

Pasan dos o tres minutos cuando la escucho acercarse.

—¿Quién es? —pregunta con temor.

—Abre… —pido sin responder a su pregunta—. Por favor.

—¿Liam?

—Sí… abre.

Oigo cómo quita el seguro de la puerta y después la abre lentamente, dejándome ver su pequeña figura vestida con una fina bata de pijama.

Nota mi mirada sobre ella y trata de cubrirse con sus manos, agacha la cabeza mirando hacia sus pies y habla:

—¿Qué…? ¿Qué quieres? —titubea—. Es muy tarde.

—Mírame —pido, acercándome un paso.

Sacude su cabeza en una negativa. Está muy nerviosa, puedo escuchar el latido acelerado de su corazón.

Doy un paso más, hasta que nuestros pies se tocan y tomo su rostro con una mano y su cintura con la otra. 

La corriente eléctrica que me atraviesa es indescriptible, ella se estremece en su lugar, pero se niega a verme.

—Daniela, mírame.

La impresión la hace voltear sorprendida. Me doy cuenta de que es la primera vez que la llamo por su nombre.

Casi me acobardo de nuevo, al sentir su mirada acariciando la mía como siempre he deseado. La cercanía me brinda una brisa de su fragancia, la tela de su ropa es tan suave y delgada que puedo sentir su cuerpo casi como si no tuviera nada encima. 

—Liam... 

—Me estás volviendo loco, ovejita.

Frunce su ceño y se que le ha molestado el apodo. Si tan solo supiera que es lo único que no le digo con mala intención. Para mí, ella es una pequeña criatura indefensa en un mundo de depredadores y, yo quisiera poder protegerla de todo. Incluso de mí.

Trata de safarse de mi agarre y posa sus manos sobre las mías. La sensación es cálida... Agradable.

—Es... Es tarde...

La atraigo hasta pegarla por completo a mi cuerpo y lanza un jadeo ahogado cuando choca contra mí. 

No le doy más vueltas y me arrojo a sus labios. Gimo sobre ellos al sentir la suave seda de su boca, la dulzura que desprende, es mucho más de lo que pude haber imaginado.

No me apresuro, en cambio, me tomo mi tiempo saboreando, explorando y... Sintiendo. La beso como nunca he besado a nadie más, la poca ternura que hay en mi arrogante ser, la reúno toda y se la entrego a la dulce chica que se deshace entre mis brazos. La inexperiencia se le nota, pero eso solo aumenta mi hambre.

Cuando siento que mi deseo comienza a despertar, me separo de ella. Sin duda merece mucho más que un acostón de media noche.

Mi lobo gruñe en desaprobación, pues quiere seguir a lado de su compañera, pero hay límites, hasta para mí.

Me alejo de Daniela, dejándola aún con los ojos cerrados y la respiración agitada. Salgo de inmediato y subo a mi auto, huyendo de la pequeña que me ha vuelto un esclavo de sus ojos y ahora… de su boca.

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