Todos corrieron de manera rápida hasta la puerta.
No vieron a Miguel, pero sí a Romo que se cubría el brazo.
Regresó con pasos inestables.
—Romo, ¿dónde está Miguel? —preguntó el jefe de la Puerta Sagrada.
—Es demasiado arrogante aquel chiquito. Dijo que mi padre sufrió daños en los pulmones cuando