Capítulo 0003

Frida se mantenía al borde de esa enorme cama con sábanas de algodón y seda, sosteniendo su celular entre sus manos. Un vestido color azul adornaba su cuerpo y su cabello caía por sus hombros. Estaba nerviosa y con ganas de salir corriendo, pero el acuerdo era demasiado bueno y tiempo era lo que no tenía. 

De pronto recibió una llamada, reconoció de inmediato el número y no tardó en contestar, intentando que las lágrimas no arruinaran su maquillaje. 

—¿Mamita? —esa hermosa voz que iluminaba todos sus días hizo vibrar su corazón.

—Mi niña… ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? —preguntó tratando de modular su tono para no preocupar a su pequeña Emma.

—Bien, pero te extraño —dijo la niña con tristeza. Era la primera noche que su madre no pasaría en su habitación en el hospital. 

—Yo también te extraño, mi cielo, mi bebita linda —añadió con el corazón desangrándose. Su dolor era tan grande que le explotaría en el pecho.

—¿Cuándo vendrá papito a verme? También lo extraño…

De pronto su dolor cambió, ya no era ese cargado de nostalgia y anhelo, más bien estaba intoxicado con rencor. Recordó lo ocurrido en la oficina de Gonzalo y no supo qué contestar, era claro que no iba a regresar, ni siquiera para ver a su hija. 

—No lo sé, mi amor… No lo sé… 

—Pero… ¿vendrá? —Era como si Emma sospechara del abandono de su padre mucho antes de que Frida se lo confirmara.

—Él está trabajando mucho… Por eso no va, pero cuando tenga la oportunidad… —Se detuvo, no quería darle falsas esperanzas a su hija. 

—¿Vendrá? Cuándo tenga tiempo, ¿vendrá? 

—Mi amor… Yo… Tengo que colgarte… Tengo que hablar con… mi… futuro jefe y… —Con cada palabra que pronunciaba se sentía más en aprietos. Emma era una niña pequeña, pero no podía suponer que no tendría la inteligencia para comprender lo que ocurría. 

—Sí… Ya sé… —dijo con tristeza—. Te quiero mucho, mami. 

—Y yo a ti, mi vida… Te quiero con todo mi corazón —contestó Frida perdiendo la fuerza, pero sabiendo que tenía que seguir adelante por su pequeña Emma. 

Se quedó por un momento escuchando la llamada terminada en su oído hasta que la puerta de la habitación se abrió, levantándose de un brinco, asustada. La sirvienta que la había metido en ese problema sonreía con suficiencia. 

—¿Estás lista? —Le ofreció su mano y una sonrisa que no convenció del todo a Frida, aun así, juntas salieron de la habitación—. Te ves hermosa. Le vas a encantar.

—Esto es una locura —respondió Frida mordiéndose los labios—. ¿Cómo es el señor Gibrand? 

—Horrible —dijo la sirvienta con una sonrisa amplia—. Viejo y poco atractivo. Por algo tiene que comprar una esposa, ¿no crees?

Se le erizó la piel a Frida y le dio horror pensar que tendría que satisfacer a un viejo morboso y desagradable por dinero. ¿Lo haría por Emma? La respuesta era un claro sí. 

Llegaron a un enorme comedor donde estaba todo dispuesto para una aparente cena romántica: luces tenues, vajilla fina, cubiertos de plata y una botella de vino lista para ser descorchada. Frida rodeaba la mesa, deslizando sus dedos por los respaldos de las sillas mientras Román la veía desde la oscuridad. 

«Es una chica hermosa, pero no cumple tus especificaciones. Veinticinco años, separada y con una hija de siete años» había dicho su abogado cuando Román descubrió la entrevista de Frida. «Parece ansiosa por un trabajo. La necesidad te vuelve un peón fiel» pensó Román con satisfacción y se creyó con suerte.

Pidió que la cacería se detuviera, había encontrado a la mujer indicada: hermosa, ansiosa por trabajo y con una necesidad que solo él podía resolver. Si algo le gustaba a Román era sentir que tenía el poder sobre las circunstancias y en ese momento sentía que tendría el poder sobre esa criatura vulnerable y necesitada, una esposa dócil que haría y diría lo que él pidiera. Solo necesitaba hacerla firmar el contrato. 

De pronto Frida sintió que había alguien más con ella. La sirvienta la había dejado sola, así que lo más seguro es que se tratara de su futuro esposo. Tenía miedo de voltear y gritar horrorizada por su apariencia, no quería ofenderlo. 

Giró sobre sus talones y entonces su rostro cargado de preocupación se volvió de asombro total. La sirvienta le había mentido, el hombre no era para nada horrible, por el contrario, era mucho más alto que ella y tenía un rostro varonil y frío que le erizó la piel de forma agradable; espaldas anchas y unos ojos negros que atravesaron su corazón. Era extremadamente atractivo. 

—¿Frida Moretti? —preguntó Román con esa voz ronca y profunda que sonaba como un ronroneo mientras tomaba una copa de vino—. Román Gibrand.

—Mucho gusto, señor Gibrand… —contestó Frida haciendo un esfuerzo para que su voz no flaqueara. 

—Sé que soy más grande que tú, pero por favor evita hablarme de «usted» después de todo, nuestra relación será bastante estrecha —añadió ofreciéndole el contrato—. Tengo entendido que tienes una hija pequeña que está gravemente enferma.

—Necesita una operación con urgencia. Tiene un tumor en el cerebro que no deja de crecer y… —Frida se detuvo, sus manos comenzaron a temblar y sus ojos amenazaban con romper a llorar.

—Yo me encargaré de todo lo que necesite tu hija. La llevaremos al mejor hospital del país y le pagaré al mejor cirujano. Lo que sea necesario para que ella recupere la salud. —Se acercó a Frida, motivado por esos hermosos ojos que parecían brillar entre la penumbra—. Lo único que pido a cambio es una relación lo suficientemente realista. Tendrás que casarte conmigo y darme un hijo lo antes posible.

—¿Por qué yo? —preguntó Frida desconcertada y, como una polilla atraída a la luz, se acercó a Román. Sus dedos cosquilleaban por alcanzar sus mejillas y asegurarse de que era real.

—Porque lo necesitas… ¿Me equivoco? —La invitó a sentarse a la mesa.

—¿Es un acto de caridad o una seguridad de saber que la mujer que escogiste la tienes sometida por la necesidad? —Sonrió con tristeza y los puños comenzaron a temblarle. 

—¿Tiene sentido aclararlo? —Román se acomodó en su asiento y le dedicó una mirada que denotaba estar orgulloso sobre su poder en ella—. ¿Quieres mi ayuda? Firma el contrato… 

—Actúas como el hombre poderoso que eres, pero lucrar con el dolor no es un buen comienzo. —Frida lo vio con coraje y apretando los dientes.

¿Qué esperaba? ¿Encontrar el amor en un hombre desconocido y poderoso? Era un hombre de negocios y esa clase de hombres solo piensan en su propio beneficio, pasan por encima de quien se atraviese en su camino. Ya lo había aprendido de Gonzalo.  

—Si no te gusta entonces no firmes… Puedes irte, ni siquiera necesito que me entregues el vestido, puedes quedártelo, te queda muy bien… —dijo Román picoteando la comida con el tenedor en su plato y viendo fijamente a Frida de manera retadora. 

—Firmaré… No por mí, sino por mi hija. Si de mí dependiera, rompería el contrato y te devolvería el maldito vestido antes de salir de esta estúpida casa, no sin antes hacerlo jirones para que no puedas devolverlo a la tienda —dijo Frida firmando hoja por hoja ante los ojos divertidos de Román. 

—Vaya… Me alegra ver que no me equivoqué al escogerte —expresó haciendo su sonrisa más grande al tomar el contrato entre sus manos—. Espero que la cena te cambie un poco el humor.

—No quiero cenar… No tengo hambre. —Frida se levantó de la mesa.

—¿Estás hablando en serio? —preguntó Román queriendo disolver su sonrisa, pero entre más rabiaba Frida más se divertía. 

—Quiero retirarme a descansar —insistió sin evadir la mirada de Román que parecía cada vez más sorprendido por su arrogancia.

—Bien… Te acompañaré a la habitación que tendrás que compartir conmigo…

—Dime dónde está, yo puedo llegar sola…

—No creo, la casa es demasiado grande y te perderás. —Se levantó acomodándose el saco y le ofreció el brazo, no tanto por caballerosidad, sino por medir que tan orgullosa podía llegar a ser Frida.

Con rigidez y sin levantar la mirada hacia él, se tomó de su brazo y este la llevó escaleras arriba, directo a su habitación. 

—Este será el cuarto que vamos a compartir… —dijo abriendo la puerta para ella—. Puedo pedirle a alguna de las sirvientas que te traiga algo de cenar. 

—No es necesario, no tengo hambre… —respondió Frida aún con molestia.

—Bien, entonces disfruta de la habitación esta noche… porque a partir de mañana tendrás que compartirla conmigo.

Aunque Frida tenía curiosidad por saber dónde pasaría la noche Román, no se animó a preguntar. Dejó que la puerta se cerrara dejándola en un silencio profundo que la hizo deprimirse más. Se sentó en la orilla de la cama y comenzó a llorar desconsolada, pensando en la pequeña Emma y en todo lo que tendría que hacer para salvarla. No le gustaba sentir que ese hombre ahora tenía completo poder sobre ella.

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