La Fugitiva del Alfa
La Fugitiva del Alfa
Por: Johana Grettel
Capítulo 1

― ¡Despierta, Bianca! ―me grita Meg al oído y abro los ojos algo aturdida. Me paso la mano por el cuello que me duele por haber dormido mal en la silla junto a la cama de Matt, quien estuvo con fiebre toda la noche.

Pobre chico, no paraba de quejarse por el malestar, pero Richard no quiere llevarnos al hospital a que nos atiendan. Dice que están llenos de gérmenes y que uno entra con una enfermedad y sale con otras tres. A veces me molestan ese tipo de manías de su parte, como por ejemplo, no le gusta que esté cerca cuando está meditando.

Pero con eso de que no quiere llevarnos al médico se pasa. Por suerte para él, los chicos que vivimos en su casa de acogida somos muy sanos, claro, salvo cuando nos cae una enfermedad como la varicela.

Como siempre, yo estoy al pie de la cama cuando se sienten mal. No tengo ni idea de cómo curarlos. No soy enfermera ni quiero ser una, yo voy a ser abogada y lo mío son las leyes, no las inyecciones. Por suerte, todos los chicos que he cuidado se curan muy pronto. Aunque sí debo confesar que me alegra cuidarlos y ver cómo sanan.

Me hace sentir algo especial.

― ¡Vamos dormilona! ―vuelve a gritar la linda niña de ojos azules que trata de desprenderme el brazo―acaba de llegar la chica nueva, vi el auto de Maggie por la calle desde mi ventana.

―Ten calma―le digo a Meg―solo tengo dos brazos y vas a quitarme uno―trato de bromear, pero ella me hace un puchero y entrecierra los ojos. Me restriego la cara y me estiro en la silla―déjame ver cómo está Matt y ya bajo.

―Pero vamos a verla juntas, tú me lo prometiste―me reclama. Aunque para ella es emocionante recibir a una nueva hermana, como ella nos llama, para mí es algo normal. He visto tanta gente ir y venir de la casa de Richard, que ahora trato de no encariñarme con ellos, aunque, claro, es difícil no amar a la pequeña Meg, con esa mirada dulce y cálidos risos dorados.

Me le acerco y le planto un beso en la coronilla y tomo el termómetro de la mesita de noche y se lo coloco a Matt, mientras le acaricio la cabeza a la pequeña Meg. Cuando suena el marcador de tiempo, vuelvo a observar el aparato y compruebo que la temperatura está normal.

―Ya podemos ir, pequeña―le informo a la linda impaciente.

―Entonces ya Matt no se va a morir―se burla la muy descarada, mientras bajamos las escaleras al recibidor.

― ¡Por supuesto que no! ―le digo con falso asombro.

―Es que él gritaba ayer que se estaba muriendo―me comenta. Pobre Matt, le tiene miedo a todo, pero no lo puedo culpar, apenas tiene siete años y ha vivido más cosas que un niño promedio: la pérdida de sus padres en un accidente y tener que vivir con extraños desde hace seis meses.

―Claro que no, si solo era varicela―le respondo y ella me mira algo extrañada.

― A mí me dio varicela y mi mamá me cuidó por un montón de tiempo. Tenía mucha fiebre y me salieron unos granos llenos de agua. Hay que ponerle medicina por todo el cuerpo―me comenta y ahora soy yo la que quedo extrañada. En todo el tiempo que he vivido con Richard, o sea, toda mi vida, nunca he visto a ningún niño con varicela que dure más de dos días con fiebre y solamente les he visto un par de ronchitas a cada uno.

No me extraña de Meg, es un poco exagerada, la otra vez tuvo una herida que se hizo con un cuchillo y dijo que iba a morir, pero su herida se cerró en cosa de minutos, luego que le puse algo de agua oxigenada. A veces se me olvida que solo tiene ocho años y que cualquier cosa la asusta.

―Bueno, vamos a ver a la nueva, pero primero tengo que tomar café, ¿de acuerdo? ―le pregunto.

―Está bien, pero no te tardes. Yo estaré en la puerta para ver cuando bajan del auto―me dice y yo asiento con la cabeza, mientras me dirijo a la cocina.

― ¿Cómo sigue Matt? ―me pregunta Richard al entrar a la cocina, sin decirme ni hola ni nada. Típico de él.

―Ya no tiene fiebre―le respondo, mientras comienzo a colocar la mesa para los ocho puestos, como si Andrew fuera a aparecer hoy. Dejo la tetera cerca del asiento de Maggie, quien no le gusta el café. Ella es buena para ser una trabajadora social, de las cuales he escuchado historias de terror de otros chicos que se han quedado por aquí. Cuando termino, me sirvo mi taza de café para quitarme el sueño.

Maggie es la encargada de todos los chicos que llegan aquí, menos de mí. No sé quién es mi trabajadora social, pero nunca he necesitado una porque me llevo muy bien con Richard y no he querido escapar, como Andrew. Richard es un gran amigo, excepto cuando está meditando.

Al rato se aparece Velkan bajando por las escaleras acompañado del pequeño Matt, quien luce mucho mejor. Ambos se sientan a la mesa y empiezan a servirse el desayuno que ya está colocado en cuencos, gracias a Richard.

― ¡Llegaron! ―dice Meg entusiasmada, lo que provoca la molestia de Velkan y Matt, quienes estaban a punto de morder sus bagels con mermelada.

―Vamos, chicos―les pide Richard―tenemos que recibir a su nueva hermana.

Cuando los chicos, Richard y yo nos dirigimos a la puerta, Meg la tiene abierta con dos personas en el umbral. Maggie, luce igual que siempre, con ese traje marrón y negro, con la pañoleta adornando su cuello que la hace ver como una anciana, pero que a ella no le importa. A su lado, una chica de piel bronceada, cabello rojo hasta el cuello de un lado y al rape, del otro, con una chaqueta de cuero negra y botas a juego, pantalones rotos y ajustados a los tobillos y una camisa ajustada que enseña su ombligo. Típica chica de casas de acogida.

Velkan carraspea haciendo mucho ruido, lo que provoca que Matt se ría por lo bajo. Entre tanto, Meg le toma la mano a la nueva y le da un abrazo. Nadie se resiste a los encantos de Meg.

―Mi nombre es Megan―le dice―pero todos me llaman Meg.

―Hola, Meg―le responde la nueva con una sonrisa de oreja a oreja, lo que le quita un poco esa imagen de malota que tiene―mi nombre es Kayra.

―Ven, te llevo al comedor, ya está todo listo, hay bagels, mermelada, tocino, huevos revueltos, café…―Meg le continúa la lista, mientras la lleva hasta donde está dispuesta la mesa.

―Hola a todos―saluda Maggie.

―Hola―respondemos y nos dirigimos por el camino que acaba de tomar Meg y Kayra.

―Veo que la mesa está dispuesta para ocho personas―comenta Maggie con cierta suspicacia.

―Por supuesto―le responde Richard―sé que Andrew volverá.

―De eso hablaremos luego―se limita a decir Maggie.

Todos nos sentamos en la mesa a comer. Meg se sienta al lado de Kayra, la nueva, lo que me provoca un poco de celos, porque hasta hace cinco minutos yo era su favorita. Creo que será una de las pocas que extrañaré cuando cumpla la mayoría de edad dentro de unos meses. A ella y a Richard, que ha sido como mi padre, claro, muy a su manera.

Se ha preocupado por educarme en casa, a diferencia de los otros chicos que han estado aquí, que han estudiado en el colegio local. Eso ha sido bueno, porque me ha adelantado tantas materias que este año me gradué con solo diecisiete y voy a ir a la universidad en otoño, con una beca que gané. Él hizo todo lo posible para que eso pasara.

Cuando terminamos de desayunar, Richard y Maggie se dirigen a la oficina de este para conversar acerca de Andrew, el último chico que se fue de aquí. Por lo general, la mayoría de los chicos que vienen se quedan hasta cumplir la mayoría de edad, pero él se fue sin decirle nada a nadie. Sé que eso pasa en otros hogares, pero nunca habíamos tenido un caso como ese. Richard no es precisamente el mejor amigo de todos, pero nos da techo y comida, además, se preocupa por nosotros, muy a su manera, claro.

Incluso nos lleva a dar paseos de verano. Una vez nos llevó a visitar el mar y fue maravilloso respirar tanto aire puro, que sentía como mis pulmones se renovaban. Este año iremos a la montaña, en una reserva que tiene un lago. Eso es bueno porque nos aleja del estrés de esta enorme ciudad tan sucia y llena de humo y gente y autos ruidosos. Creo que cuando ya sea abogada, viviré en un lugar más pequeño y tranquilo.

―Y entonces, que hacen ustedes aquí―pregunta Kayra, sacándome de mis pensamientos.

―Lo mismo que en todos lados―le responde Velkan, que no puede disimular lo embobado que está con la nueva. Yo hago un ademán para limpiarle la boca.

―Se está saliendo la baba, hermano―le digo por lo bajo y él pone los ojos en blanco y se acerca a la nueva. Yo decido dejarlos solos, así que me llevo a los niños a la parte de atrás, para que recojan los platos y me dispongo a fregar. Cuando termino, mando a Matt y a Meg a jugar en el patio trasero y yo me dirijo escaleras arriba hasta mi habitación. Es una ventaja de haber crecido aquí desde que era un bebé, me he ganado el derecho a tener mi propia habitación.

Pero abro los ojos como platos, cuando veo a Velkan arrinconando contra la pared a la nueva, Kayra, quien se lo está comiendo a besos. Las manos de los dos están por todas partes y están tan acaramelados que hasta me da envidia.

― ¡Dios! ―les digo con falsa sorpresa―al paso que van, tendré sobrinos pronto―me burlo. Ambos se separan con una sonrisa pícara y mirando para paredes diferentes.

―Queríamos proponerte algo, pero tiene que ser algo entre nosotros―me dice Velkan, como si no los hubiera encontrado metiéndose mano.

―A ver, dispara―le respondo.

―Pues―dice un poco dubitativo, pero me mira a los ojos con una sonrisa retorcida― es que te la pasas trabajando tanto aquí y creemos que querrías salir a un club.

―Conozco uno cerca, se llama Luna Escarlata, es para adolescentes, te va a encantar―añade Kayra con una sonrisa, mientras me pasa el brazo por los hombros.

―Club para adolescentes, mis narices―les respondo y doy un bufido―no hay tal cosa y no tengo una identificación falsa.

―Tranquila―dice Kayra―yo tengo todo arreglado. Conozco al seguridad de la puerta. Unos amigos míos estarán en la ciudad y quiero saludarlos.

―Velkan, conoces a Richard, nada de ir a clubes y lo sabes―si lo sabré yo, cuántas veces no se lo he escuchado decir a todos los chicos que han pasado por aquí.

―Él no tiene por qué saberlo, Bianca―me guiña un ojo y yo pongo los ojos en blanco―vamos, hermanita, ¿no estás cansada de ser la niña mimada de Richard?

―No soy la niña mimada, solo soy la que más ha estado aquí―le espeto poniendo los ojos en blanco. Kayra me mira haciendo un puchero, aún con el brazo sobre mi hombro.

―Vamos, piensa que es mi bienvenida a la casa de Richard―me dice y yo medito un poco. En realidad, nunca salgo de la casa, hasta estudio aquí. Mi vida social es un gran cero. Además, esta chica tiene cara de divertirse y mucho, así que nada se interpondrá entre ella y el club esta noche.

―Está bien, vamos―les digo a ambos, levantando mis manos a manera de rendición. Ellos intercambian una mirada de complicidad que no me tienen que aclarar. Parece que en los cinco minutos que tienen de conocerse es suficiente para entenderse de toda la vida. Como si fueran dos imanes. Eso es bueno para Velkan, que es un poco esquivo a veces. Parece eso que le llaman amor a primera vista, aunque me siga pareciendo ridículo.

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