129. Las gotas

Los dos estaban atrapados en un equilibrio entre lo profesional y lo personal, entre la necesidad de mantener su compostura y el deseo de rendirse por completo al fervor. Sus expresiones lo decían todo. Heinz, con su ceño apenas fruncido y sus labios apretados en una línea fina, mostraba una intensidad que Ha-na igualaba con su mirada profunda; sus ojos oscuros brillaban en sumisión y rendición.

Afuera, el mundo seguía; los empleados almorzaban, los teléfonos sonaban, pero dentro de esas cuatro paredes solo existían ellos dos. La seriedad de sus rostros contrastaba con la pasión que se percibía en el ambiente, como si incluso el aire cargado en la habitación reconociera la gravedad del momento.

En un instante que se sintió suspendido entre el pasado y el futuro, Heinz se inclinó ligeramente hacia ella, su mano se detuvo por un momento sobre su espalda, como si buscara anclarla a él. Ha-na levantó la vista, y por un segundo sus miradas se encontraron de lleno, el hielo de sus ojos azul
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