107. El desvestir
Ellos rememoraban lo lascivo que había sucedido en la oficina. Heinz se llevó los dedos a la boca, con la fragancia de Ha-na aún impregnada en ellos. Ha-na aún se mantenía con un hormigueo y comezón en la entrepierna.
En sus respectivas habitaciones, Heinz y Ha-na dejaron que el silencio los envolviera mientras se enfrentaban a los recuerdos que aún ardían en sus mentes y cuerpos. La oficina, el escritorio, los besos cargados de lujuria, el acto que había cruzado barreras que antes consideraban inquebrantables. Era imposible escapar de esas sensaciones, tan vívidas que parecían estar inscritas en sus pieles.
Heinz se puso de pie y fue el primero en comenzar a desvestirse. Se desabotonó lentamente la camisa, dejando al descubierto un torso marcado por músculos definidos y un pecho amplio. Sus hombros anchos y brazos fornidos hablaban de su disciplina.
El lugar iluminado tenuemente por la luz de una lámpara que proyectaba sombras suaves en las paredes. El silencio reinaba, roto únicamen