Ambar:
CAPÍTULO 5
Había conocido alguna pequeña parte del castillo, estaba realmente sorprendida de lo hermoso que es, tantos colores que realmente me dejaban encantada, Felicia me enseñó los pequeños alrededores, como jardines, espacios para dar un paseo, las flores, el establo donde había cinco caballos preciosos, todo lo que había dentro del palacio era precioso y totalmente nuevo para mí.
—Bien Ambar, ya te mostré una parte del castillo, los Reyes se encargarán del resto —asentí— ¿has desayunado?
—Si lo hice, pero ya no sé qué más hacer.
Felicia miró detrás de mí, yo volteé y estaban los Reyes, ambos lucían diferentes, por alguna razón no quería mirarlos a los ojos, me sentía avergonzada de haberlos visto desnudos estando con una de sus concubinas. Y pensar que me espera algo así, me asusta.
Ambos fueron hacia Felicia y dejaron un beso en su frente, yo desvié la mirada debido a la incomodidad que sentía en el momento.
—Buenos días Ambar —el Rey Zarek tomo mi mano tomándome de sorpresa, dejo un beso en ella y sonrió.
—¿Qué tal tu noche? —pregunto Stefan un poco más frío.
—Bien, dormí bien. También desayuné.
—Que bien, Felicia —ella se acercó a él— ¿le mostraste el castillo?
—Solo una parte, su majestad, iba a enseñarle la biblioteca.
—Nos encargaremos —ella asintió y luego se retiró— vamos.
No quería ir con ellos, ya que me asustaba el hecho de que los vi como un par de animales devorando a una mujer, temía que me sucediera lo mismo a mí y que en cualquier momento me trataran así.
No tuve más remedio que seguirlos dentro del castillo, no quisiera verlos molestos. El pasillo me parecía familiar y entonces recordé que aquí fue donde los vi por primera vez, entonces el lugar donde están los libros se llama Biblioteca, vaya que he aprendido cosas nuevas en estos dos días aquí. Al entrar quede tan encantada como la primera vez, había una gran cantidad de libros, algunos parecían nuevo y otros no tanto. Mi atención se fue hacia una especie de cuadro que estaba sobre algo de madera, el cuadro estaba en blanco, ¿es una especie de pintura? ¿Será mágica?
—¿Sabes lo que es? —miré al rey Stefan, yo solo negué a su pregunta— eso, es un caballete.
—¿Caballete? ¿Es algo sobre caballos? —al parecer hice alguna pregunta graciosa porque ambos rieron.
—No —Zarek saco algo de una vitrina enorme— Un caballete, es un mueble que se utiliza para fijar o exponer aquello que se apoya sobre su estructura. Es habitual que los pintores usen caballetes como soporte de sus cuadros. De esta manera, mientras la dibuja o pinta, el cuadro es sostenido por esto —señaló lo que ahora sé que se llama Caballete— aquí hay pinturas de muchos colores, cada doncella tiene uno, así que este es el tuyo.
—¿Mío? —me acerqué al caballete— pero no sé pintar, de hecho no sé cómo usar eso.
—Responde algo Ambar ¿sabes leer o escribir? —Stefan me miro con sus cejas muy juntas.
—No —negué con la cabeza baja—, jamás se me permitió aprender esas cosas, mi padre decía que eso no serviría de nada, de hecho soy la única chica del pueblo que no sabe leer.
—Levanta la cabeza —lo hice— ¿no sabes nada?
—No, su majestad, no sé el nombre de los colores, solo los distingo por cosas u objetos, aun así, no sé cómo se llaman, no sé escribir mi propio nombre, tampoco tengo apellido porque mi padre dijo que no lo merecía, nací de una mujer que me abandono después de nacer, por eso soy una bastarda.
Ambos permanecían en silencio, a mí me resultaba un tanto vergonzoso que ellos supieran de mi vida, me siento como una tonta ignorante, no sé cómo se llaman las cosas, colores o distinguir las letras. Siempre que intenté leer o aprender mi padre me daba una golpiza, nadie se atrevía a enseñarme, a leer porque le temían, Dioses, es tan vergonzoso no saber nada.
—¿Te gustaría aprender?
La pregunta del rey Zarek me tomó por sorpresa ¿De verdad tendría una oportunidad?
—¿Me darían la oportunidad?
—Claro, a las concubinas no se les prohíbe nada, están aquí para aprender y ser libres de cierta forma.
Se refiere a no salir del castillo. Supongo que es una de sus reglas.
—Me gustaría aprender a leer y escribir —sonreí un poco, ellos no dejaban de mirarme, cada vez que veía sus ojos me ponían nerviosa— gracias.
—No hay de que Ambar —quedé paralizada al sentir ambas manos en mis mejillas, mi respiración se atascó en mi pecho, ambos me estaban tocando, no de una forma grosera, sino de una forma suave, pero aun así no podía dejar de pensar en aquel momento en donde los vi desnudos y siendo literalmente animales.
No debo pensar en esas cosas, no debo tener miedo.
—Nos tenemos que ir —dijo Stefan— tenemos mucho trabajo pendiente, nos veremos a la hora de la comida.
Solamente asentí, ambos quitaron las manos de mis mejillas y por alguna razón que no sé explicar, me sentí mal, vacía y sola, debo estar enloqueciendo. Ellos salieron de la biblioteca mientras que yo trataba de calmar a mi corazón, sentía que estaba por salir de mi pecho.
Paseaba por los alrededores mirando a las flores, el terreno del palacio era enorme, parecía una ciudad entera, no cabía duda de que los Reyes eran los más poderosos de la nación y quizá del mundo. A lo lejos pude escuchar mucho ruido, así que fui a investigar de donde provenía, al llegar al lugar quedé impresionada de lo que veía, había muchos guerreros practicando con sus espadas, estaba realmente fascinada mirando como ellos se daban golpes, otros usaban las flechas, otros espadas de madera y otros con espadas reales. Mis pies me llevaron hasta ellos, estaba realmente encantada con lo que mis ojos veían.
—Señorita —escuché una voz detrás de mí, voltee encontrándome con el hombre que me trajo al castillo ese día— ¿Qué hace aquí? Este no es un lugar apropiado para una señorita.
—Lo siento General, estaba paseando y no pude evitar venir a ver todo esto.
—Si sus majestades se enteran de que está aquí, se podrían enojar, las concubinas tienen prohibido venir a este lado del castillo.
—Oh, no lo sabía, me disculpo —se sorprendió ante mis palabras, pero después lo oculto, bastante bien— quisiera hacerle una pequeña petición, claro si es posible.
—Veré si puedo, dígame.
—¿Podría venir al menos una hora al día a verlos? Es que me parece bastante entretenido lo que hacen, le prometo que no causaré molestias.
Él juntó las cejas, ladeó un poco la cabeza ante lo que le pedí, ¿será que hice mal en preguntar?
—No lo sé, como le dije, no sería adecuado. Si los Reyes se enteran de que está aquí, podría meterme en problemas.
—Entiendo, entonces no podrá ser —le sonreí—, me retiro.
No tenía caso verlos, sabía que me lo iban a prohibir, pero me conozco, sé que volveré, es algo que no puedo evitar.
Regresé a los jardines del palacio, desde mi lugar podía ver a las demás concubinas, ellas parecían contentas, todo lo contrario a mí, yo sentía que no encajaba, dentro de mí sentía que estaba hecha para otras cosas mucho más grandes que ser una concubina, complacer a un hombre o tener hijos. En realidad, ¿cuál era mi lugar? ¿Para qué estaba hecha? Siempre me hacía esas preguntas.
—Hola —las saludé a las tres amablemente.
Las otras dos concubinas tenían vestidos lindos con flores, las tres son bonitas, incluso más que yo.
—Ambar es tu nombre —asentí— ¿Tu apellido?
—No tengo.
—¿No tienes? —ella reía— no puedo creer que mis Reyes hayan traído a alguien sin apellido, ¿de dónde eres?
—Soy de la villa.
—¿La villa? No puede ser ¿Escuchaste Francia? De la villa —ambas reían.
—Clara, déjala en paz —Felicia se puso frente a mí.
Ella era Clara, alta, cabellos oscuros, ojos muy claros, vaya que es bonita, Francia era igual de bonita pero con cabellos muy claros.
—No te metas —la quitó de un empujón— escucha atentamente a mis palabras, más te vale que estés alejada de los Reyes, nosotras no somos amigas, aquí todas pelean por el puesto de Reina y es más que obvio que yo —se señaló—, seré la dueña de todo esto, no te metas en mi camino y tu vida será menos miserable dentro del castillo.
Sus palabras no me asustaron, de hecho ella no me asusta en lo absoluto, he tenido que lidiar con cosas mucho peores, una mujer con miedo a que le quiten lo suyo, no es algo de lo que pueda temer. Allá afuera hay cosas peores que ella.
Mis ojos miraron a Francia, ella es la que estaba en medio de los Reyes en aquella habitación, su cuello estaba rojo y parecían moretones. No quería mi piel marcada de esa forma, ya bastante ha hecho mi padre.
—No hagas caso a sus palabras —Felicia y yo veíamos como ambas se iban—, lo mismo me dijo a mí cuando llegué aquí, ella es como un perro, ladra pero no muerde.
—¿Qué quiere decir eso?
—Ella amenaza, pero no hace nada, los reyes tienen prohibido que ataquen a sus concubinas, a pesar de todo, ellos son protectores —me sonrió un poco.
—Creo que me ve como una amenaza.
—Ve a todas las mujeres que han estado aquí como una amenaza, aunque no lo creas, ella es la que lleva más tiempo en este lugar, todavía no entiendo por qué no se ha ido —la escuche suspirar— o porque los Reyes no la han sacado del palacio si se supone que si una mujer no es la indicada, ellos la sacan y les borran la memoria, es algo que jamás he logrado entender.
Yo pienso que ella es su Favorita y por eso no la han sacado, a mí me da igual, de hecho me parece bien que sea su favorita, así no me miran, porque sinceramente no quiero saber que me espera si ellos desean en algún momento tomarme.
—Mejor regresemos adentro, los Reyes están por llegar y debemos recibirlos.
Asentí y ambas entramos al castillo.
—Felicia, ¿puedo pedirte algo? —seguíamos caminando por dentro del castillo.
—Claro.
—Verás. Yo no sé leer —le dije en un susurro— tampoco escribir, será mucha molestia, ¿si me ayudas con eso?
—¿No sabes? —preguntó y yo negué— Oh, en ese caso está bien, no tengo ningún problema en enseñarte —tomó mi mano— lo haremos de forma discreta, no quisiera que Clara te molestase por eso.
—Gracias.
Ambas llegamos a la entrada del palacio, según Felicia, cada vez que ellos salieran debíamos esperarlos en la entrada del castillo, es una regla indispensable, así que debíamos obedecer. Los Reyes llegaron en sus caballos negros, un par de hombres se los llevaron y ellos llegaron a nosotras, me sentí muy incómoda al ver cuando ellos las besaban, a Felicia solo le daban un beso en la frente.
—Ambar —alce la vista, Stefan estaba frente a mí— ¿estás bien?
—Sí.
Me sentía molesta, ¿por qué? No debería sentirme así, es tonto.
—Ven conmigo —me extendió su mano, yo un poco dudosa la tomé, ambos entramos al castillo, luego fuimos hacia arriba, directo a las habitaciones, llegamos a la mía y ambos entramos, él cerró la puerta, yo retrocedí cuando empezó a acercarse a mí con pasos decididos y firmes.
Su brazo rodeó mi cintura, me pegó con fuerza a su cuerpo, yo puse mis manos en su pecho tratando de separarlo de mí fallando en el intento. Su mano se posó en mi cabeza y me acerco más a él, sus ojos eran del color del cielo nublado, no sabía exactamente que estaba sucediendo, pero sentía la necesidad de que me besara.
—Yo.. Yo.. —las palabras no salían de mi boca.
—No digas nada ahora.
Cerré mis ojos sintiendo su aliento cálido sobre mis labios. Sus labios se unieron a los míos de una forma un poco dura, intenté luchar contra él, pero fue difícil hacerlo, su fuerza era mayor a la mía. Mi cuerpo se pegó más a la de él, su lengua se adentró a mi boca. No entendía cuál era esta sensación que sentía mi cuerpo, me estaba dejando muy confundida.
Se separó de mí un poco mientras él respiraba muy rápido, al igual que yo.
—Fue un honor haber sido el primero en besarte —su dedo pasaba por mis labios.
—Usted, acaba de besar a las otras chicas —mi voz salió dura.
—Lo sé.
Salió de mi habitación dejándome parada en medio de la misma totalmente confundida, era la primera vez que alguien me besaba de esa forma, era la primera vez que estaba tan cerca de un hombre que no fuera mi padre. Justo ahora me siento usada ¿Por qué?