Su buen humor se esfumó.
Eso solo podía significar una cosa: Sofía no tardaría en volver.
La expresión de Alejandro lo decía todo.
Jimena apretó los puños, tenía mucho resentimiento.
«Maldita desgraciada. Si no pensabas volver, ¿para qué lo haces ahora? ¿A qué vienes? ¿Te divierte jugar con la gente?»
La ligera sonrisa que se dibujaba en los labios de Alejandro le pareció una grosería.
«No entiendo qué le pasa por la cabeza. ¿En serio está tan contento de que lo traten como a un perro?»
Alejandro captó su mirada y, entendiendo la situación, fue al grano.
—Deberías salir a dar una vuelta por esta noche.
Al escuchar aquello, Jimena se quedó de una pieza.
Se señaló a sí misma, incapaz de creerlo.
—¿Por qué lo dices? ¿Hice algo malo? ¿Me estás corriendo?
Su voz sonaba entrecortada y dolida. No podía creer que, después de tantos años de conocerse, Alejandro la estuviera echando de su casa por una desconocida. La sola idea la dejó sin aliento, como si no pudiera respirar.
Tenía ganas de pone