Diana era una excelente seguidora y, para mantener las apariencias, Jimena no tuvo más remedio que resignarse a pagarle los gastos del hospital.
Aunque no había sido nada grave, y la cantidad realmente no le importaba.
Pero el tiempo perdido y la vergüenza que pasó la hacían sentir que no sabía ni dónde meter la cabeza.
Diana no dejaba de quejarse a su lado, insistiendo en que le dolía mucho la mano.
Sin más opción, tuvo que armarse de paciencia para consolarla.
«Pero qué inútil», pensaba para sus adentros. «Ni siquiera fue capaz de hacer que la otra le torciera la mano con más ganas. Ahora resulta que ni una prueba tenemos».
Así no podía ni soñar con usar eso de pretexto para ir a ver a Alex.
Diana, absorta en sus lamentos, no percibió la creciente impaciencia de su acompañante.
Ahora, cada vez que pensaba en Sofía, un escalofrío le recorría el cuerpo.
Nunca imaginó que una mujer que parecía tan atractiva pudiera ser tan dura al defenderse.
Así que, de mala gana, ambas se marcharon de