148: Al que nunca seas capaz de herir.
Darwin.
Años atrás.
—Yo no quiero ir...
Un Ian de tres años se quejaba entre las piernas de mamá mientras esta lo peinaba.
Yo me encontraba listo; de traje, lleno de perfume que según papá era muy varonil, con una pajarita que mamá me había obligado a usar, pero con una inexperimentada sensación de gozo en el pecho.
Había invitado a unos amigos de la secundaria a comer en casa de mis padres en Acción de Gracias, no era la primera vez, pues mis amigos de la elemental también habían ido a visitar antes, pero sí era la primera vez que sentía aquella éxtasis por saber que ese día, en donde fuese, iba a ocurrir algo que se alineaba con mariposas en mi estómago.
—Me dice tu padre que has invitado a una chica que te gusta, ¿es cierto? —Mamá terminó de peinar a mi hermano y me llamó con el dedo para que me acercara, lo hice, y la miré desde abajo ya que ella estaba sentada, mientras volvía a acomodar mi pajarita—. No tienes que decir que es tu novia si aún no lo es; eso puede hacerla sentir i