La Mente se Quiebra.
Hay espacios que uno cree dominar hasta que algo los profana, y mi sala de reuniones era uno de esos lugares. La había visto absorber discusiones imposibles, silencios estratégicos, decisiones que costaron carreras enteras.
Había sido testigo de mentiras elegantes y verdades incómodas, de pactos tácitos sellados con una mirada. Era un lugar diseñado para resistir la presión sin delatarla.
Ese día, sin embargo, la sala respiraba distinto.
Lo sentí antes de entrar. Una vibración baja, casi física, como si el aire estuviera cargado de electricidad estática.
Martin caminaba a mi lado, un paso atrás, atento sin ser invasivo. Ya me había acostumbrado a su presencia como uno se acostumbra a un ruido constante: deja de notarlo hasta que desaparece.
Las puertas se abrieron.
El murmullo me golpeó de frente.
Había demasiada gente, demasiadas sillas ocupadas, demasiados cuerpos en un espacio que, aunque amplio, no estaba pensado para sostener ese nivel de expectativa.
Abogados externos con carpet